«Nadie se propuso calentar la atmósfera pero lo hemos hecho». La máxima del científico Fernando Valladares resume a la perfección la casual causalidad del cambio climático. También el origen inconsciente de un desafío que muchos se niegan a reconocer. No obstante, según datos ofrecidos por la Asociación de Periodistas de Información Ambiental-APIA, el medio ambiente y el cambio climático constituyen la segunda causa de preocupación mundial. Un interés, en todo caso, eclipsado por los efectos de la actual inflación: el 51% de la población mundial está preocupado por el coste del pan nuestro de cada día. Que no es de extrañar ante la deriva socioeconómica del presente 2022.
A la hora de repartir culpas, 8 de cada 10 personas concluyen que la responsabilidad del cambio climático recae sobre su propia especie. Lo que no quita para que, de igual manera, un alto porcentaje se incline por excusar o relativizar el impacto de sus propias acciones. Evasivas y pretextos por parte de la mitad de la población mundial que demuestra mayor afán al sacudirse toda culpa, a sabiendas – o no- de que su cinismo aumentará esa futura capa de sedimentos que, convenientemente aderezada con huesos de pollo, pueda confirmar el Antropoceno del que muchos otros ya alertan.
Y en este punto de difícil retorno es donde el periodismo adquiere valor. El oficio de contar historias aporta el necesario contexto, fijando criterio y jerarquía con respecto a las informaciones relativas al desapego medioambiental que padecemos. La cuarta edición de la Escuela de Comunicación Ambiental organizada en Donostia / San Sebastián por la Asociación de Periodistas de Información Ambiental-APIA e Ihobe – Sociedad Pública de Gestión Ambiental del Gobierno Vasco puso de manifiesto la nueva orientación de los profesionales de la información. Periodistas que subrayan la necesidad de prescindir de iconos, como la angustiosa resistencia del oso polar a precipitarse desde un iceberg a la deriva, para contar historias cercanas que permitan una conexión íntima con la realidad diaria del lector, oyente o telespectador.
Esa humilde diferencia de 1,2 grados de temperatura desde la era preindustrial se antoja pequeña, aunque las cifras no ocultan que la medicina tampoco ha logrado compensar las muertes evitables. Crisis ecológica, crisis sanitaria; una dualidad indivisible en plena emergencia climática que el fotoperiodista Sergi Reboredo retrata desde hace más de 20 años coleccionando una secuencia de instantes efímeros e irrepetibles que ilustran la agonía medioambiental del planeta. Tampoco faltan voces que alerten sobre la contraproducente alerta. Según sus tesis, el ambientalismo ha dibujado un reto tan difícil que paraliza a la sociedad al percatarse de la magnitud del descomunal desafío.
Desde la privilegiada perspectiva de su viñeta diaria, El Roto nos reconcilia con el humanismo que inspira nuestras mejores acciones. Frente a la racionalidad científica, Andrés Rábago apunta que la expresión artística puede contribuir con mayor eficacia a evitar el fatal desenlace. Literatura, música, pintura… El veterano pintor y dibujante considera que, al igual que sucediera durante el Romanticismo, estas disciplinas animan a sentir y reflexionar, a comprender y actuar. Una moraleja gratificante, sin duda, pero que tal vez minusvalora el nivel de autocomplacencia colectiva que aflora frente a la natural preocupación.
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