No aguanto más. Estoy harto de que me pidan para salir. Tenía que decirlo. Me ocurre a menudo y siempre suele ser de la manera más inesperada. En la parada del autobús, en el coche, en la acera, en un cumpleaños infantil, en el trabajo o, incluso, bueno… excúsenme hablar del excusado. Me refiero a las peticiones de amistad e invitaciones en redes sociales. No estoy acostumbrado a causar tanta expectación ante terceros.
Y da un poco de miedo, porque a veces parece que estamos en una prisión. Basta con mirar la cercanía con tal o cual persona en tu red social para percatarse de que en LinkedIn puedas estar en un régimen de segundo o tercer grado. Nuestras relaciones hoy en día parecen más cercanas por el simple hecho de que el algoritmo calcule nuestra distancia social. Curioso: nada se dice de la empatía u otras incompatibilidades antes de sentirte en la obligación de aceptar esa invitación.
Me resulta también llamativo que personas que, no acostumbren a saludarme, me pidan luego para salir a través de las redes sociales. Que ya sé que soy raro, pero sin ni siquiera haberte presentado dar acceso a toda tu vida… Pues chico, aún se me hace raro, rarísimo. Yo no sé usted, pero no dejaría entrar en nadie en mi casa, ni a mis intimidades, sin conocerle lo suficiente.
Esta semana he recibido dos peticiones: la primera, de una persona que se me queda mirando cada vez que me ve sin ser capaz de verbalizar un hola. La segunda, más paradójica aún: de una persona con la que coincido en el ascensor y que, pese a saludarla en incontables ocasiones, ha sido incapaz de corresponder con un vocablo más allá del eeh. Paradojas de nuestra existencia hemos pasado de una sociedad que hablaba a una sociedad que escribe. ¿Terminaremos por olvidarnos de hablar? No lo creo.
Mis amigos se cuentan con los dedos en la mano y son, como los suyos, igual de imperfectos: cuando los llamas a veces no están disponibles; bueno, casi nunca. Pero sí que lo están cuando vienen mal dadas. Por eso, siempre me ha resultado muy perturbador tener miles de amigos al otro lado de la pantalla. Acechando. Habrá que tomárselo con humor.
Esta misma semana recuperábamos en Radio Euskadi una frase de Jorge Mario Bergoglio que no me puedo resistir a compartir:
«No hay nada más bello que una sonrisa sincera, fresca, que nace del corazón; que no está manipulada por intereses seductores».
Papa Francisco
Frente a tanto diente y sonrisa impostada, el humor y el amor reales. Lo demás ya me da demasiada pereza.









