Fueron los griegos. Y luego los indios de película. Que se sepa y a decir del
historiador Polibio, fueron los griegos los primeros en comunicarse mediante señales de humo 150 años antes del nacimiento de Cristo; o de la era común,
por aquello del respeto a otras confesiones religiosas. También entre confidencias, el humo fue quien disipó la incógnita vaticana. Blanco, negro y una amplia variedad de gris brotaba de una chimenea, mientras las gaviotas temían por su polluelo, que a duras penas podía remontar el tejado sixtino, al tiempo que aquella emanaba la resolución de los cardenales. Vaya humos que se gastan, pensarían las gaviotas.

Aunque para huevos los suyos. Pues estos se encuentran a 40 kilómetros de su hábitat
natural y, con un par, van nidificando en plan random. Lo sabemos bien en la costa, y tierra cada vez más adentro. Pero regresemos por nuestros andurriales, pues todos los caminos conducen a Roma.
Se calcula que hay 40.000 ejemplares en la ciudad eterna y en primavera defienden
sus nidos con agresividad, con uñas y dientes, o patas y pico, lo que
prefieran. Las gaviotas han protagonizado más de 30 ataques por
semana, según reportan las asociaciones. Los vecinos han denunciado que estas aves les impiden salir a sus terrazas e incluso les arrebatan la comida en plena calle. El ayuntamiento de Roma va a apoquinar cuatro millones de euros hasta 2026 para
controlar la población pajarera. Desconozco si la república italiana tiene
concordato con la Santa Sede para su exterminio o la permanencia de
estas aves en el tejado vaticano se considera asilo en sagrado. Las consecuencias de nuestra acción sobre otras especies no debe ser objeto de
broma. Por esa razón, conviene ver más allá del pajarito, las gaviotas o los cuervos, como se reinvincaba futbolísticamente el papa Francisco.
Y así se nos fue la semana. Entre malos humos y la que
has liado pollito… Decía Jodorovsky que los pájaros nacidos en jaula creen
que volar es una enfermedad. En estos días de palomas y
gaviotas, podríamos recordar la
célebre cita de Juan Salvador Gaviota, «Vuela alto, vuela lejos, vuela
libremente«. Sin tanto idealismo y sobre los rescoldos de la humareda papal, Bob Dylan nos baja los humos a todos recordando que
“Nadie es libre. Hasta los pájaros están encadenados al cielo.” Por suerte, siempre hallaremos lumbre para la esperanza en la voz de Alberto Cortez.








