Toca desempolvar esta sintonía que me lleva acompañando muchos años por estas fechas en donde los días quedan eclipsados por la oscuridad de noches luminosas e iluminadas.
¿Qué es la Navidad?
Más allá de las creencias de cada cual, estamos ante un acontecimiento sociocultural que precede a toda religión, que se une a los ciclos que rigen nuestra existencia, superando incluso el antecedente de los saturnales romanos. Que comenzaban el 17 de diciembre en el Foro Romano, con un banquete público, seguido por el intercambio de regalos y un ambiente de carnaval. ¿Les suena, verdad?
Las navidades son, en sí mismas, una manifestación de la filosofía de vida y de la verdad intersubjetiva. Porque, a ojos de la historia, el nacimiento de Jesús de Nazaret pudo producirse incluso antes de Cristo. Así que navidad y natividad no se deben en exclusiva al relato evangélico o la escenografía que impulsó 1223 años después San Francisco de Asís para celebrar la Nochebuena.
Todo el mundo cree saber lo que es la Navidad, pero nadie a ciencia cierta sabe definirla con acierto. Gran parte de la historia gira alrededor de esta cuestión: «¿cómo convence uno a millones de personas para que crean determinadas historias sobre dioses, o naciones, o compañías de responsabilidad limitada? Pero cuando esto tiene éxito, confiere un poder inmenso a nuestra especie, porque permite a millones de extraños cooperar y trabajar hacia objetivos comunes«. Son palabras del escritor e historiador Yuval Harari, autor de Sapiens, quien recuerda lo «difícil que habría sido crear estados, o iglesias, o sistemas legales si solo pudiéramos hablar de cosas que realmente existen, como los ríos, árboles y leones«.
Porque a diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todos creen y, mientras esta creencia comunal persista, la realidad imaginada ejerce una gran fuerza en el mundo. Una ilusión compartida por millones de luces y abetos, tradiciones importadas, personajes mágicos e intereses comerciales de personajes capaces de llevar los regalos a cualquier rincón del mundo con sus grandes y sonrientes camiones azules. Se abre así un tiempo para degustar talo en un ambiente pseudoagrario, excusas para reunirse con familiares lejanos, agasajarse con un buen banquete o evidenciar su oposición ante semejante dispendio y rehuir cualquier invitación, pues todos echamos en falta a alguien querido en estas fechas, aunque sea así siempre.
Todo eso nos depara el solsticio de invierno o cualquier otra festividad que cíclicamente nos recuerde la órbita que traza la Tierra sobre el espacio infinito. Ahí fuera donde nuestro conocimiento conoce su fin y, ante semejante vértigo, nos reconforta sentirnos como en casa en este pequeño planeta. Por usted, por ti… que nadie nos quite la ilusión. Feliz intersubjetividad, buenas fiestas y mejor año nuevo.








