La teoría de la relatividad de Einstein propone que el espacio y el tiempo no son entidades independientes, sino que están intrínsecamente relacionadas . Algo así sucede con el siglo XXI y el gorro de Melania Trump. Habrá quien piense que esto sea mezclar el culo con las témporas, pero éstas ya pasaron y predijeron un invierno tan frío que el lunes en Washington tuvieron que celebrar la toma de posesión a cubierto, tan a cubierto, que hasta la primera dama se decidió a cubrirse con un sombrero. No piensen que fue por el frío, ni siquiera por la gélida situación que se plantea cada vez que está frente a su actual pareja. Perdón marido. Perdón, lo-que-sea no; que no voy a entrar en la situación marital de cada.
Me detengo en ese sombrero que empleó para ensombrecer su mirada. Que nadie pudiese intuir qué pasaba por su cabeza en el momento en el que escuchaba prestar juramento a quien antes le juró fidelidad a ella. Ella, she, a quien cantaba Elvis Costelo, y mucho antes el genial Charles Aznavour:
She who always seems so happy in a crowd
Ella que siempre parece tan feliz entre la multitudWhose eyes can be so private and so proud
Cuyos ojos pueden ser tan privados y tan orgullososNo one’s allowed to see them when they cry
Nadie puede verlos cuando lloran
Ella reclamó su espacio. Un espacio propio íntimo, donde los besos de cortesía sobraban y las poses del presidente estaban demás. El gorro de Melania Trump simboliza el espacio personal. El «no pasarán«, aunque ellos ya estén dentro del Capitolio. ¡Menudo cuadro! Recargado de personajes, al más puro estilo La consagración de Napoleón de Jacques-Louis David, en Notre Dame.

A diferencia de Josefina, Melania marca su territorio, no aguarda la corona… Se limita a reclamar su espacio y lo reivindica, pues se sabe observada. Incluso el puritanismo estadounidense queda en un segundo plano, cuando hablamos de la pareja presidencial y su particular estatus.
Melania es una mujer de su tiempo. Verán, llevo 25 años escuchando a contertulios de todos los colores llevándose las manos a la cabeza cada vez que suceden estas cosas y preguntarse cómo puede darse tal o cual sinsentido en pleno siglo XXI. El problema, en realidad, está en idealizar un siglo sin asumir que las injusticias no entienden de tiempos sino de límites. Y que ambos son cambiantes. Somos hijos de él y, si el presidente de la mayor nación de este planeta llamado Tierra es un delincuente, recuerden, que sucedió también en este siglo XXI.
Cuando dentro de otros 220 años, los mismos que han pasado entre ambas coronaciones, alguien juzgue nuestro tiempo; nos considerará tan rudos y primitivos como los representantes a los que confiamos nuestro destino y el de nuestra propia especie.
Y si pese a todo, aún no ven la relación entre espacio y tiempo, les recomiendo echar un vistazo a las baldas de su supermercado de confianza: donde hace apenas dos semanas había sobrantes de turrón, se empiezan a atisbar ya las primeras tortas de San Blas.
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