Al «buen» tiempo, ¿mala cara?

Toda información institucional provoca recelo. Se entiende como visión de parte y, por tanto, no contrastada. Tampoco el periodismo goza de mayor crédito a pesar de las condiciones en las que afronta el necesario cuestionamiento público de tirios y troyanos. La paradoja se produce cuando, obviando el interés particular y entregándose a cantos de sirena no menos inocentes, se asume como propia la negación de la evidencia.

La contumaz aspiración a la ignorancia refuta por igual toda prueba; tanto aquella fruto del arduo trabajo de investigadores maltratados por un sistema que escatima la financiación y se ven empujados al exilio científico, como las conclusiones que el propio individuo es capaz de inferir por su propia experiencia. Porque la ignorancia fue siempre la madre del atrevimiento y esta osadía, junto a las justas dosis de inconsciencia colectiva, constituye el primer paso para el imperio de la sinrazón.

«Este año no hay verano, con tanta nube…» La frase a pie de calle contradice la prueba contrastada, el titular informativo o toda campaña de concienciación frente a la emergencia climática en la que vivimos sumidos. Son esas frases gratuitas, de carril, las que evidencian una disonancia entre el cliché y la situación real que padecemos.

En nada ayuda tampoco el acervo lingüístico que concede a todo tiempo soleado la calificación de «buen tiempo«, aunque éste lleve aparejado un termómetro que denuncia públicamente los 40 grados de martirio. ¿Alguien da más? Pues sí, la subasta de 2023 admite nuevas pujas. ¡Hasta los 54 grados en California! Un planazo de verano, con foto incluida, que ni Curro podría promocionar con mayor acierto. ¿Noticias climáticas o negocio turístico?

Desde la ingenuidad bastaría con pensar que las sucesivas olas de calor que afrontamos este verano contribuirán a alertar la población sobre la, ya de por sí, emergencia climática por la que tan preocupados decimos sentirnos. Que la ciudadanía demandaría soluciones a sus responsables mientras toma parte activa en la búsqueda de soluciones. Sin embargo, el sofoco general dura tanto como el verano. A veces, ni tanto: basta con cambiar de página web o deslizar nuestros dedos sobre una pantalla luminiscente; y a otra cosa, mariposa. Si es que queda alguna dispuesta a batir sus coloridas alas entre los no menos pintorescos abanicos.

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