Hacer memoria

Mi despiste congénito está cobrando vida propia. Suena a excusa pero lo vivo con cierta angustia. Recuerdo perfectamente la distribución de mi libro de Sociales en 3º de EGB y, en cambio, me reconozco incapaz de identificar a mi farmaceútica si no viste la bata blanca con la que acostumbra a atender en su botica. Total, que ahora, en pleno debate sobre la oportunidad de pedirle consejo sobre este acceso de olvido intermitente, desempolvo el teclado de mi ordenador para escribir sobre la memoria. Ya ven que la paradoja, además de resultar un efectivo recurso literario para este primer párrafo, no tiene límites en mi caso.

Tan en serio como lo anterior, escribo también lo que sigue. Y añado: me apasiona el pasado, pues explica el presente reaccionario que asienta las bases de todo futuro cíclico. Siempre me gustó la historia. No obstante, la conjunción de «memoria» e «histórica» en un mismo sintagma me parece una absurda redundancia tan sólo justificable desde el noble fin que persigue la necesaria restitución aplazada. Otra cosa es el «relato«, ese afán por oficializar una única perspectiva de la realidad y las intencionalidades de todo pelaje politíco que anidan en ese camposanto siempre repleto de dudosas intenciones partidistas. A ver; que se me va. Que el artículo iba de memoria y comunicación corporativa. Del papel, que lo aguanta todo, y de lo que éste debe contener para comunicar con eficacia.

Para todo hay una primera vez. También para elaborar una memoria corporativa. En mi caso hubo algún conato, experiencias compartidas, pero hasta la fecha nunca había asumido la responsabilidad de realizar un documento de semejante calibre. La comunicación corporativa se ocupa de poner en comúnsu lexema no engaña– la corporeidad, el músculo de toda organización. Hacer memoria significa recuperar balances, documentos, publicaciones… Recopilar visiones y misiones reactualizadas. También buscar sitio sobre la mesa a una considerable pila de papeles que probablemente nunca se debieron imprimir. Sobre esos folios se deberá después trazar –rayar y subrayar mientras te rayas– estructuras y recorridos de lectura. Luego se saca la balanza a pasear: calculando el fino equilibrio que evite la perentoria visita al podólogo a causa de algún callo pisado a destiempo. Está visto que, si no fuera por los circunloquios y la ene, este mundo quedaría mudo por culpa del qué dirán.

Llegará el turno de pensar y repensar, de reunir material gráfico, enlaces, publicaciones, adaptaciones idiomáticas y versiones definitivas que suceden –oh, paradoja– a versiones definitivas previas. Desde el inocente desconocimiento de todo primerizo, concluyo que la principal característica del responsable de una memoria corporativa debe ser la honestidad. Esto implica aceptar los puntos de vista ajenos, reconocer las carencias propias, sopesar criterios y exprimir sus capacidades para obtener la mejor foto posible. Una imagen real, no maquillada, pero sí sonriente.

Ahora vendrá quien aduzca aquello otro de que «pero los periodistas no deben hacer tal, cual y ni-ni-ní» A lo que respondería con la eterna cuestión retórica sobre la parcialidad narrativa de todo sujeto ante el hecho objetivo. Insisto: la memoria corporativa de toda organización debe ser su fiel reflejo. Una sesión de fotos, sin demasiado maquillaje. La perspectiva del retrato condicionará la imagen de la entidad ante terceros, sí; pero la honestidad del trabajo no debe verse nunca comprometida. De lo contrario, la virtud se transformará en defecto y el elogio, en justo reproche.

Moraleja: no dejes de ser honesto al contar tu historia. «Tan sólo» necesitas buena voluntad y un equipo que, desde la generosidad y entrega, asuma como propia la labor titánica que supone semejante responsabilidad. La memoria, corporativa, es un retazo de la historia que se comparte. Una pieza para el caprichoso puzzle de nuestra vida profesional. En suma, un nuevo retazo de mí mismo.

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