Reciclaje anual

Cada cual tiene sus perversiones. En mi caso confieso el vicio por la etimología, los calcos y préstamos, los falsos amigos o cualquier exótico requiebro del idioma. Detenerme en una palabra y descubrir que, dedicándole apenas unos segundos, ésta adquiere un nuevo significado hasta cobrar vida propia ante nuestros ojos u oídos. Justo lo que me ha ocurrido en vísperas del cambio de año cuando me disponía a tirar la basura. Ahí estaba mi palabra, posada en el suelo, justo al lado del contenedor de papel. Una bolsa de plástico repleta de adornos navideños, una idea bullendo en mi mente: reciclaje.

Mientras el reflejo del espumillón engalanaba la decadente estampa, pensé en los recuerdos familiares que caían ahora en saco, o bolsa, rotos. Bolas a la fuga cuya esfericidad contrastaba en mi mente con la cuadratura de las gónadas del anónimo depositante. Porque hace falta valor para abandonar un adorno en plenas fiestas (recuerde que ellos nunca lo harían); pero más descaro si cabe para dejar tanto perifollo a su suerte en plena calle y, de paso, enmendar la plana a los datos oficiales por la vía de los «desechos». Ahí rodando, todo ciclado y fiel a su significado original: dando brillo al asfalto, cual piedra preciosa.

Asociamos el término reciclaje con el proceso de gestión y valorización de residuos. Reciclar acostumbra a aparecer escrito en verde y, si el contenedor comparte color, resuena incluso a añicos de vidrio. A botellines de cerveza y tarros de mermelada que se precipitan hacia una vida mejor. O simplemente una nueva vida, que no es poco. Sin embargo la palabra reciclar evoca además el regreso a un círculo. A reintegrarnos en ese itinerario circular que marca nuestra vida. Porque todo es cíclico. Desde la rueda de nuestra bici hasta el ciclo del agua. La luna y sus 28 noches o la órbita que describe nuestro planeta sobre una elipse imaginaria mientras permanece suspendido en el universo. Y entonces, mientras la mente divaga, uno se percata de su existencia infinitesimal. Como la hormiga que escala la palma de una mano y es incapaz de comprender la dimensión de cuanto le rodea.

Dando vueltas, al sol y a esa idea, me descubro en vísperas de 2023 pensando en que no debemos resistirnos al cambio. A la sucesión de ciclos que abrimos hoy o en cualquiera de los diferentes tramos de esa órbita a la que denominamos año. Nada concluye pues la naturaleza circular de todo ciclo aboca a iniciar una nueva etapa -ilusionante o incierta, en función del ánimo de cada cual- pero innegablemente cíclica. Y puestos a reciclarnos, conviene no olvidar la cita que atribuyen a John Randolph:

«El tiempo es a la vez el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos»

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