Periodistas contemporáneos atribuyen la cita al senador estadounidense Hiram Johnson. Los historiadores enciclopédicos al propio Esquilo. Fuera quien fuese su autor, todo informador lleva tatuada la máxima pronunciada por alguno de ellos: «la verdad es la primera víctima de la guerra» Y así es. Siempre ante cualquier contienda, la propaganda sustituyó de facto a la información: reyes o jefes de Estado apelaron a la unidad nacional, gobiernos que calmaron o exaltaron a las masas, ejércitos donde gestas y mentiras insuflaron moral a la tropa, etc. En lo que atañe a los partidos políticos, nunca debieron esforzarse demasiado. Tan sólo habían de contribuir, como ahora, a difundir su visión de parte y partidista. De perogrullo, pues constituye la esencia misma –semántica y morfológica– de la palabra partido.
Pero no se equivoquen. Ni hace falta una guerra ni toda propaganda requiere tampoco de la firma de las élites dominantes. El mundo jamás estuvo tan interconectado como ahora. Cambios profundos que afectan a la identidad, las relaciones grupales y el papel de cada elemento en el esquema clásico de la comunicación. A su vez, las tecnologías han amplificado los mensajes sin limitaciones físicas o temporales. No obstante, esa afortunada democratización del proceso comunicativo implica riesgos para la labor informativa. Entre estos últimos figura que cualquier emisor pueda autoproclamarse fuente de información sin mayor aval que el suyo propio. Y no es cierto. Pues nadie sabe de todo, pero sí que todos hablamos de más. O chateamos, que es peor. Veamos un ejemplo concreto.
Durante el actual Estado de Alarma decretado en España, leo y releo idénticos mensajes en mis grupos de WhatsApp. Vacunas milagrosas, perros envenenados, errores en laboratorios… y así un largo etcétera. Entre todas las notificaciones hubo una que me intrigó por la coherencia del texto. Sucedió hace ahora una semana. Fue entonces cuando mis contactos comentaban una noticia publicada en «El Manifiesto» donde, supuestamente, un médico proporcionaba una serie de datos creíbles. Hoy otro miembro de ese grupo me ha reenviado la misma información, pero avalada en esta ocasión por el doctor ‘Quique Caubet‘
Me desconcertó que nadie en el grupo hubiese reparado en lo evidente. Ambos textos eran calcados, prácticamente un corta-pega. Pero tampoco detectaron lo más importante: que los dos artículos incumplían premisas básicas de toda noticia. No es una opinión personal. Según apuntes de la carrera de Periodismo,
Hay tres vías para obtener la información:
1)) Estar presente en el acontecimiento y dar cobertura informativa: el mayor problema es que la actualidad es, a priori, imprevisible.
2)) Documentación: la información no es nueva en su totalidad, por ello es adecuado recuperar la información anterior publicada sobre el acontecimiento.
3)) Fuente de información (alguien lo cuenta): todo aquel que proporciona la información.
El mejor periodista es la que más fuentes de información tiene, aunque a veces el problema está en la calidad de las fuentes consultadas.
Vista la situación actual, ni estamos presentes en el lugar de la noticia ni poseemos documentación suficiente sobre un acontecimiento previo similar. Básicamente porque nunca antes en este país hemos permanecido en cuarentena por un coronavirus. Por tanto, siguiendo la tercera vía informativa, no queda otra que consultar las fuentes y confirmar su calidad. Como bien saben, una cuarentena da para mucho. Así que les invito a realizar un ejercicio periodístico partiendo de la única pista disponible: la identidad del Dr. Caubet.
[el doctor Caubet] nos ha hecho llegar su interés por desmentir la autoría: “no es mío, solo lo reenvié y me lo adjudicaron por error”, comenta el doctor que trabaja en el Hospital Vall D’Hebron de Barcelona. “Ahora bien, lo que dice, desgraciadamente, se está quedando corto»
En primer lugar, el buscador de especialistas de Vall d’Hebron de Barcelona no recoge ningún médico bajo ese nombre. En cambio, sí que aparece en el buscador de su Instituto de Investigación un experto en cirugía que responde al nombre de ‘Enric Caubet‘ También en LinkedIn he encontrado a Enric Caubet, especialista en Endocrinología Metabólica en el citado hospital y profesor de la UAB. Con estos mimbres, me pongo a investigar y leo una página web llamada Mundiario donde se publica un artículo -sin firma- que señala lo siguiente:
Tomando con pinzas el anterior desmentido, el Dr. Caubet habría asumido que «solo lo reenvió«. De lo anterior se desprende también que habría transcurrido una semana hasta que un médico -en este caso, el Dr. Caubet- decidiera reenviar una información de fuente desconocida y, como consecuencia, dotase involuntariamente a esos datos de mayor credibilidad.
En resumen, seguimos ante una noticia que carece de autor original ni fuentes fidedignas. ¿Y ahora qué? A quienes me conoces no les extrañará mi siguiente paso, porque saben también de mi inconformismo. No había otra opción. Me he puesto en contacto vía e-mail con el doctor Caubet. Entiendo que era mi obligación antes de publicar este artículo y me alegra comprobar que no he sido el único en invitarle a pronunciarse al respecto.
Volviendo al texto original, hay que reconocerle mérito. Está bien redactado, resulta creíble e incluso aporta cifras y datos que se corresponden con la situación actual. Resulta muy interesante, cierto. En cambio, desde la óptica periodística, no se citan fuentes que permitan la confirmación de datos u otras vías para su actualización. Y eso es lo que nadie aprecia en los grupos de WhatsApp: que la información tiene sus códigos, que los filtros del periodismo deben estar alejados de la censura y paternalismo institucionales; pero también de la premura, la viralidad, los intereses publicitarios de las webs, el sensacionalismo o la oportunidad de publicación.
Creo que nuestros móviles se han convertido en una caja de fósforos. Nos refugiamos en el resplandor de su pantalla y el calor de su batería, pero somos poco conscientes de lo que supone encender la mecha. La viralidad de todo rumor constituye una pandemia que afecta a la salud de la propia información. De esta última depende nuestra visión del mundo y nuestra realidad, o lo que entendemos por tal. También nuestro propio nivel de comprensión, nuestros juicios de valor, nuestra manera de relacionarnos y de oponernos a los demás… ¿Les parece poco?
A diario todos somos susceptibles de actuar como propagandistas y dotar de credibilidad a un mensaje u otro sin entender bien nada. Ni siquiera -y esto es lo más grave- los propios mecanismos de difusión de la información. Dada la cantidad de tiempo disponible, no estaría de más que contáramos hasta tres y consultáramos fuentes solventes y evitásemos bulos. Desde la lógica distancia y cautela, sí. Con recelos y visión crítica, también; pero reconociendo el esfuerzo honesto de cientos de profesionales del periodismo para ofrecer diariamente un trabajo con información contrastada.
::: ACTUALIZACIÓN | 21-3-2020 :::
EL DOCTOR CAUBET NIEGA SUPUESTA AUTORÍA DE TEXTO SOBRE EL CORONAVIRUS:
“Sólo lo reenvié y me lo atribuyeron“
Entrevista y análisis en:
https://jonbilbao.com/2020/03/21/dudas-y-desmentidos/
Debe estar conectado para enviar un comentario.