Peccata y minuta

Camisa de manga corta. Pantalón no mucho más largo y blanco. Zapatillas de lona, tan inmaculadas como el anterior. Sin reloj y todo el tiempo del mundo. Los paseos estivales frente al mar Cantábrico poseían su propia liturgia. Salíamos los cinco y, otros tantos minutos después, nos topábamos con un sexto que forzaba nuestra parada. Mi padre era el objeto de su interés. Un antiguo alumno, un viejo conocido, un vecino… Ser hábil e ingenioso tiene su precio. El peaje para apa era brindar consejos sobre cuestiones mecánicas y de automoción. Desde el cambio de coche, una avería en la caldera hasta el desguace donde encontrar la junta de la trócola para toda lavadora en decadencia. Porque antes del logaritmo de Rastreator los expertos eran de carne y hueso; las comparativas, cara a cara; y los veranos mucho más largos. Día tras día, interrupción tras interrupción, aprendí dos cosas: que los niños éramos un pretexto perfecto para entablar conversaciones y que mi padre debía de ser un crack en lo suyo. Cientos de preguntas, miles de agradecimientos y una máxima con moraleja paterna: «los favores no se cobran; pero la segunda vez estos pierden la consideración de tal para convertirse en mero trabajo»

Muchos años después de aquello y pocos días antes de arrejuntar estas letras, un amigo me llamó todo intrigado por una propuesta. Muy mosqueado sobre sus intenciones, me confesó. La cosa es que le habían tentado con participar en un reportaje televisivo. No en calidad de persona humana, sino como propietario de una PYME. «Y te llamo porque sabes de esto; que me lo venden como publicidad, pero nadie regala nada y a ver por dónde me saltan» La respuesta, como amigo, se la ofrecí con todo lujo de detalles. Cada palabra que pronuncié regresaba amplificada a mi cerebro. Instantáneamente tomé conciencia de lo distante de nuestros mundos. También de que la deontología profesional está por los suelos. Y que tampoco sería yo quien encumbrase las malas artes de la zutana que había cursado aquel supuesto salto a la fama.

Pero reconozco que me sorprendió la reacción de mi compadre. Cómo estará el patio para que todo el mundo evalúe su participación en medios sopesando el beneficio. Táchenme de idealista, pero las historias que dan forma a las noticias nunca deberían poseer valor crematístico. Interés e importancia en conjunción con su carácter novedoso constituían, no ha mucho tiempo, sus elementos fundamentales. Todo el mundo se dice ahora experto en una profesión minusvalorada. Lamentablemente nuestros pecados se cuentan por miles. El espectáculo mediático ante dramas y tragedias, el escaso rigor frente a la inmediatez, el ruido y acoso online, la influencia del branded-content o la confusión con la narrativa periodística. Sumen a la anterior retahíla su propia experiencia personal en redes sociales: que la fama cuesta -poco- y la autenticidad no se sirve de recetas. Motivos todos que, pasados por la Turmix y sazonados por un amplio espectro de la sociedad, amenazan con situar el papel del periodismo en el estante del higiénico.

Me he sobrado, vale. Toda profesión peca de altanería, sí. De corporativismo y de medias verdades, cierto. De sabelotodos que son a un tiempo ilustres ignorantes. Verbidesgracia, abogados con tanta minuta como escasa vergüenza, médicos carentes de empatía y bomberos sin abdominales. A pesar de nuestros pesares la terapia de choque me reconforta. En especial al reconocer que ciertos valores profesionales nunca fueron los míos. Y así me da por pensar que la experiencia es un grado que no se imparte en universidades. Un valor en alza que, frente a una época donde todo se da por sabido y existen tutoriales para cualquier materia, nos falta lo esencial: una voz honesta que juzgue la oportunidad de la acción. Que guíe nuestros pasos en una sociedad comunicatívamente líquida, a punto de evaporarse y gasear al respetable. Sin duda los profesionales de la comunicación no somos científicos, pero las ciencias de la información condicionan, tal vez como nunca antes, la manera de relacionarnos. Hasta el punto de constituir el nuevo vehículo utilitario de nuestra sociedad. Lo que, por otro lado, supone una forma de reconocer abiertamente que en algo tenía que salir a mi padre. Consejos vendo… Pongamos en valor nuestro bagaje, sin derrapar en el intento ni pasarnos de frenada.

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