Dudas y desmentidos

Noticias, rumores, GIFs, vídeos… Todos ellos continúan copando la pantalla de nuestro dispositivo móvil. El Estado de Alarma decretado en España y la cuarentena colectiva hacen de cualquier notificación un motivo para el reencuentro, la cháchara y la sana discusión. Un momento donde ejercitar neuronas y dedos sobre la superficie de esa ventana que nos conecta con la realidad. O lo que entendemos por tal. Cada uno de esos mensajes se corresponde a categorías distintas de información: datos contrastados, opiniones, memes, escenas descontextualizadas… Diferentes contenidos de cuya calidad dependerá la decisión de propagar y viralizar su mensaje.

Movido por la compleja situación que atravesamos, dediqué un artículo anterior a la necesaria prevención colectiva frente a todo contenido sin autoría. No entiendo de medicina, pero algo he aprendido de periodismo después de estos años. Todos los profesionales del gremio reconocen que únicamente la presencia en el lugar de los hechos, la documentación y datos contrastados o las fuentes fidedignas certifican la calidad de una buena información. A lo largo de dicha publicación, desgrané los pasos que me llevaron a desconfiar de la autoría de un artículo verosímil.

La descripción sobre la supuesta incidencia y propagación del coronavirus me llegó por dos vías en el espacio de una semana. Dos ocasiones donde, para colmo, un mismo texto se presentaba bajo autores diferentes. El primero era anónimo y aparecía recogido en una página web; el segundo, firmado por ‘Quique Caubet‘. Tras varias comprobaciones conseguí contactar con el Dr. Enric Caubet a través del e-mail corporativo de este especialista en Endocrinología Metabólica en el Instituto de Investigación del Hospital Vall d’Hebron y profesor de la UAB

El doctor Caubet niega SUPUESTA autorÍA de texto sobre el Coronavirus

«Sólo lo reenvié y me lo atribuyeron»

ENTREVISTA | 20/3/2020 – J.Bilbao

En primer lugar, entiendo que no es el mejor momento para revisar su correo electrónico dada la situación general del país. Estaba interesado en combatir la desinformación ante situaciones como la que vivimos y me disponía a escribir un artículo donde aparece citado su nombre. Por esa razón, me dirigía a usted a fin de confirmar varias cuestiones.

– ¿ Es usted el autor de un texto sobre la situación del coronavirus que se difunde por Whatsapp e Internet?

Dr Caubet – No soy autor, sólo lo reenvié y me lo atribuyeron.

– ¿Qué juicio le merece el texto que le atribuyen (al principio, sin autor reconocido)?

Dr. C- No sólo es cierto, como se está Viena (sic) –viendo?-, se queda corto.

– En caso de que lo reenviara, ¿qué le llevó a hacerlo? ¿Siente su imagen médica en entredicho?

Dr. C- Me pareció verosímil. Mi prestigio medico intento defenderlo cada día en el trato con los pacientes.

– Si los datos son veraces, ¿por qué cree que no se dan a conocer las fuentes?

Dr. C- No conozco al autor.

–  ¿A quién considera que debemos recurrir en este tipo de casos para obtener información veraz?

Dr. C- A los medios públicos ,aunque no siempre sean ecuánimes por intereses políticos y/o económicos.

– ¿Qué le parece la información que consulta en RRSS, grupos de Whatsapp, etc…?

Dr. C- No sigo ninguna red social. De ahí mi estupor con la repercusión de mi reenvío. Mis grupos de Wats son de amigos o compañeros de trabajo. 

(En un segundo e-mail, el Dr Caubet adjunta una publicación académicas y añade que..)

Dr. C- [El documento que adjunto] no es para leerlo porque es un articulo de microbiología, que ni yo entiendo.  Es un articulo de 2007 que ya avisaba que los coronavirus en cuestión eran una bomba de relojeria. Pero cómo lo decian los chinos de Hong Kong y, en principio, sólo afectaba a gente oriental que comía cualquier bicho… pues ¿para qué hacer caso? Pues toma virus.

Gracias por sus respuestas. Más allá del texto concreto en relación al coronavirus, sus valoraciones permiten conocer mejor el mecanismo de propagación de informaciones sin autoría aparente o que, como en esta situación particular, incurren incluso en la suplantación de identidad para conceder una mayor verosimilitud a los datos.

Al igual que el doctor Caubet son muchos los profesionales de la medicina que coinciden en la verosimilitud del mensaje sobre la propagación del COVID-19. Como simple lector, reconozco que sus tesis resultan creíbles. También los datos parecían confirmarse a lo largo de los últimos días. Meras hipótesis que sólo el paso del tiempo corroborará. En cambio, desde un punto de vista periodístico, me reafirmo en que la falta de fuentes o dudas sobre la autoría resultan un indicador crucial.

Cualquier texto de fuentes no confirmadas debe conllevar prudencia. Más aun si éste atañe a la dignidad, honor o alerta de manera innecesaria dado que son supuestos constitutivos de delito. Cualquier relato parecer creíble, en efecto; pero también puede no ser verdad total o parcialmente. De hecho, no todos los datos del mensaje atribuido erróneamente al doctor Caubet son precisos y encierran numerosas contradicciones. En declaraciones a Maldita.es, especialistas de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria aclaran que «en una infección aguda como la que produce el coronavirus no hay tiempo suficiente para que el paciente desarrolle fibrosis.Puede desarrollar, eso sí, una neumonía» Por tanto, según esas mismas fuentes, parte del texto no guardaría una relación proporcional con ciertos síntomas de la enfermedad.

Insisto en que, lejos de inmiscuirme en el debate médico sobre la evolución del coronavirus, me ciño al dilema estrictamente periodístico. Contenidos virales de difícil diagnóstico y una misma incógnita que sobrevuela la labor de los informadores. Ante semejante aluvión de noticias, ¿cómo determinar la veracidad de un dato cuando no se citan fuentes? Cabe recordar que, en este caso concreto, el texto no aparecía firmado. Es más, sólo cuando el artículo contó con autor involuntario –el doctor Caubet– supimos cómo proceder: debíamos confirmar la veracidad del contenido a través del médico que supuestamente afirmaba tales síntomas.

Cada individuo es dueño de sus silencios, de sus amistadas y también de sus aplicaciones. Fuera de tal contexto, la información no conoce límites temporales ni geográficos. Un simple reenvío en Whatsapp abre la caja de los truenos. Pero, ¿hasta qué punto quien difunde un mensaje asume la validez u opinión del contenido original? Me pregunto qué habría pasado si el texto hubiese llevado la misma firma en origen. Es decir, si el desconocido autor se hubiera valido inicialmente de la identidad de un médico con trayectoria académica en centros hospitalarios y universitarios de referencia. ¿Habríamos dado por buena su información? ¿Se habrían disparado las alarmas antibulo? Quiero pensar que sí.

En su comparencia desde el Palacio de la Moncloa, Pedro Sánchez apelaba directamente a la ciudadanía: «Cortemos la transmisión del pánico» El presidente del Gobierno destinó gruesas palabras a los bulos: «no difundir noticias no contrastadas -sustuvo Sánchez- también es una manera de combatir el virus» Y es cierto. Los periodistas no pueden informar y controlar simultáneamente las «fake news» en plena vorágine de acontecimientos. No se trata de corporativismo exculpatorio sino de pura necesidad. Además de las condiciones laborales, los periodistas afrontan una exponencial exigencia profesional. Existe un mayor número de fuentes: notas de prensa, teletipos, publicaciones de Facebooks, millones de tuits… Una ingente cantidad de información ante la que todo profesional parece abandonado a su suerte y sin tiempo o medios para cotejar. Incluso los medios de mayor prestigio padecen el envite de la desinformación.

Estamos de acuerdo. En un futuro alguien deberá tomar nota. Será momento de asumir como propia la histórica reivindicación de integrar en la Educación Secundaria formación específica sobre periodismo. Un conocimiento básico e indispensable para los ciudadanos de la denominaba ‘Era de la Información’. Habrá tiempo para todo eso. Ahora tristemente, no abunda; y por eso cualquier colaboración resulta bienvenida. Es tarea de todos frenar la viralidad de estos contenidos. Mensajes equívocos que condicionan tanto la percepción colectiva como nuestras decisiones individuales. Consulten medios solventes y pongan en cuarentena los bulos. Todo se resume en una máxima muy simple: «Si duda, no lo difunda» Colaboremos a frenar el coronavirus desde nuestros hogares y la viralidad de los bulos en nuestros dispositivos.

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