Se pueden cerrar los ojos, pero jamás sellar los oídos. A lo sumo hacer éstos sordos, aunque no sea lo mismo. Por tierra, mar y aire. Su inmensidad no conoce otras limitaciones que las propias de nuestra percepción. La ceguera colectiva contrasta con la capacidad infinita del sonido. De hecho el silencio, la palabra, el rumor de la naturaleza o el mundanal ruido constituyen una atmósfera sonora en cuya complejidad apenas reparamos.
Cuenta mi editora que la inspiración le llegó en pleno confinamiento al plantearse cuál es nuestra relación con el sonido. Fue así como una buena mañana de julio, Mertxe Guillén me regaló uno de los espacios radiofónicos más atractivos que haya producido en mucho tiempo. En ese momento había nacido “Sonoridades”, una sección entre calles que habría de sumergir la radio en su propio medio natural: el espectro audible.
La ruta comenzó con sigilo, discretamente: silencio absoluto. Accedimos a la cámara anecoica del Centro Español de Metrología. En ella Salustiano Ruiz González, jefe de servicio de magnitudes dinámicas y de conteo, nos explicaba cómo sopranos de renombre y portentosa voz sentían enmudecer su canto a escasos centímetros de su boca. Descubrimos otros trinos, más naturales de la mano de Carlos de Hita. Un recolector de aullidos, ululatos, trinos, silbidos, zumbidos y estridencias que ha sido galardonado con numerosos premios, entre ellos el mayor y más prestigioso reconocimiento en el campo de la conservación de la biodiversidad. Con Carlos de Hita hojeamos -y escuchamos- el diario de su confinamiento, sonidos de la naturaleza hasta el punto de vagar por el paisaje sonoro de los bosques de España, que tan certeramente grabó.

Contaminación acústica – Sonoridades
Pero el sonido real tiene mucho de ficción. En el cine los artistas Foley reconstruyen las secuencias dotando de intensidad a aquellos sonidos perdidos durante el rodaje. Nos colamos en SoundTroop, un estudio con medio coche incrustado en la pared, junto a Diego Suárez Staub y Miguel Barbosa; montadores de audio que crean de trenes con cacerolas y fusiones sonoras varias. Puro ingenio.
La aventura siguió hasta el punto de reconstruir la sonoridad de edificios inexistentes, ruinas monumentales de las que sólo quedan mapas y documentación. Pura arqueología sonora de la mano de Alicia Giménez Pérez, profesora titular del Departamento de Física Aplicada de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial de la Universidad Politécnica de Valencia. Con ella abordamos también la fisiología del sonido, nos adentramos en el ruido de color, la relación cromática del sonido y la subjetividad de eso que damos en llamar ruido. Y entonces, sin apenas darnos cuenta, el calendario nos recordó que era septiembre, que la contaminación acústica es un problema y que convivimos en espacios repletos de sonidos intensos e insalubres, habituales en nuestras oficinas, inherentes al tráfico y las grandes ciudades.
No hay duda. La sonoridad nos invade hasta el tuétano y surge también de nuestras entrañas. Una sensación que percibimos afuera y adentro a un tiempo. Tal vez podamos abstraernos de esa ambientación sonora, pero jamás lograremos burlar los límites físicos de esta relación imposible y constante. Ese caprichoso compás que, protegido por nuestra cavidad torácica, nos acompañará hasta reconocer en él ese último redoble de sístoles y diástoles.
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