Excepción sin regla (II): DiaDa

11 de septiembre. Fecha para datar acontecimientos excepcionales como lo es también la incursión en política de este blog, exilio para los apóstatas del arte de lo posible. 11-S tuvieron Nueva York, Chile  y Barcelona. En 2001, 1973  y 1714. Ataque terrorista, Golpe de Estado,  y una derrota por resolver.  En el último caso, el catalán, su DíaD -tercer año en discordia- supuso el fin de una dinastía y prólogo de su propio devenir político. Hoy, 3 siglos y 3 años después, la Diada evidencia lo evidente: unión de los afines de ambos bandos al suyo propio. Una fractura que deslegitima a quienes, pregonando su verdad, fomentaron la falta de cohesión sociopolítica desde ambas trincheras. Apelaciones al diálogo, a la legalidad, a la democracia, a la consulta, a la desobediencia civil.  Palabras gruesas de consecuencias inciertas.

Leo en distintos medios que el conseller Turull aboga porque cada catalán imprima sus papeletas. La idea resulta extraterrestre. No por estúpida, sino porque la impresión ad hoc es ya una realidad para los astronautas en órbita. Bien es cierto que la papeleta no requerirá tecnología 3D a pesar de las dimensiones del acontecimiento. El 1 de octubre los catalanes deciden su futuro y lo harán libremente, coaccionados, presionados, cohibidos o superados. Acudiendo a votar o quedándose en casa, votando sí o no, reivindicando una república de soberanía catalana o conservando la legalidad constitucional española.

Seamos sinceros: Cataluña se la juega, pero sus gentes aún más. Con o sin las advertencias/amenazas del Estado, que no de España. Porque, ahí sí, se debe emplear la palabra Estado. Ya no estamos ante un simple conflicto de sentimientos nacionales, sino de entidades jurídicas legalmente constituidas. Estado no deja de ser el nombre que damos al Sistema regulado supuestamente por políticos que representan los intereses de sus ciudadanos, y solo a los de estos. Una convención formal -únicamente y  nada menos – que garantiza su propia estabilidad salvo expreso deseo de la ciudadanía. Y en eso estamos: abriendo la urna de los truenos y buscando lugar para ponerla mientras todos, buscando refugio entre los propios, se arrogan la legitimidad para justificar palabras y hechos.

Es sabido que Cervantes escribió una de las principales obras de la literatura universal. Sin embargo, parte de su esencia dramática reside en los entremeses. Al igual que sucede con el autor alcalíno, los entremeses que rodearon el plato fuerte, la aprobación de la ley de referéndum, nos dejaron momentos de gloria escénica. Como aquel entreacto donde Carlos Carrizosa, portavoz de Ciutadans, preguntó al pleno del Parlament: «¿Han abolido ya nuestras leyes? ¿Debo obediencia a quien no obedece las leyes?»  Paradojas del sentido común que atrapan en sus redes a pescadores de votos y en sus leyes a legisladores desobedientes. Siempre pensé que las naciones eran algo más serio y complejo. En lo sentimental y en lo legal. En lo político y en lo cívico. Independientemente –o no- del color, cruces y estrellas que luzcan en su bandera.

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