Busque, compare y, si encuentre algo mejor, dígalo. Todo lema debe ser conciso, apenas tres términos. Recordable, por su fuerza y ritmo coral. Simple, porque lo somos en exceso. En general, reconocemos un buen lema. Resulta instintivo. Evidencia de que el marketing viaja en el convoy de nucleótidos que conforman el ADN occidental.
No tenim por fue el claim de Cataluña a los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils. 17 de agosto, 15 muertes, centenares de heridos. «No tenemos miedo» es la traducción al castellano de un eslogan y sentimiento compartidos frente al fanatismo de origen difuso. No les descubriré nada: jóvenes catalanes de arraigo desigual, segunda generación de segundones. En suma, estudiantes de Radicalidad –maldita optativa de libre configuración- que aprobaron merced a la última repesca de su tutor, el imán al que bastó un semestre para borrar de ellos todo rastro de humanidad. Y no son palabras en balde, pues el miedo es precisamente parte de nuestra esencia mortal.
No tenim por. Dejémonos de lemas. De nada sirve mentirnos piadosamente, ni escudar semejante trola tras una mayor presencia armada. Basta con aplicar la lógica (no) imperante: el más malévolo de nuestros delincuentes se abstiene de sisar a diario, no por una hipotética bonhomía de caco occidental, sino por el simple miedo a ser capturado o abatido por la policía. Su propio miedo, por tanto, nos libra subsidiariamente al resto. Temer es por tanto humano, comprensible y normal. Lo opuesto resulta -por pura lógica antonímica- inhumano, discutible y anormal. Entonces díganme, ¿de qué sirven centenares de policías armados en la calle cuando no se tiene miedo a la muerte? ¿A quién deben intimidar? Sólo la prevención puede ayudar a erradicar tal amenaza, a mitigar la inhumanidad de sus integrantes.
Ser o no ser; temer o no temer. Escojamos la primera opción si aspiramos a preservar nuestra condición. Alejado del dogma y el fanatismo (ir)racional, lo natural es tener miedo. Sentir ese instintivo mecanismo de supervivencia y defensa que ha permitido a nuestra especie llegar a escribir este punto de su historia. Por nuestro bien, por la naturaleza de nuestra propia ralea y retando al salvaje animal que todo hombre porta en su interior. Pues, como sostiene Pérez Reverte,
No tenemos miedo, decimos. Pues quizá ése sea el problema. Quizá un poquito de miedo a la realidad ayudaría a afrontar mejor el asunto.
— Arturo Pérez-Reverte (@perezreverte) 20 de agosto de 2017
Me repito: lo opuesto resulta -por pura lógica antonímica- inhumano, discutible y anormal. Aunque de esto último también abunde.
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