No se ponga nervioso

Probablemente sea de primero de debate. Si me apuran, de parvulitos de retórica. Pero resulta recurrente. Sucedió lo propio hace justo siete días con motivo del debate. No existe cita electoral donde los contendientes se abstengan de enfangar el discurso ajeno con esa llamada a la calma: “no se ponga nervioso”. Paradójicamente, quien se refugia en esa frase acostumbra a tener más tics que un catador de vinagre. Poco argumento se vio tras el atril donde abundó más pose que poso. De aquellos polvos…

La riña televisada no defraudó en cuanto a cacharrería, lapsus y reproches.  En abril cerca de un 7% de los electores fijó su criterio tras el autodenominado debate decisivo. Los candidatos eludieron el cuerpo a cuerpo. Se decantaron por fuegos artificiales, discursos sin réplica o medias verdades sin fiscalización alguna. La estrategia parecía asentarse en la supuesta superioridad dialéctica y ética de cada cual. La tesis del establishment pareció refugiarse en las palabras del desaparecido escritor peruano Ribeyro: «discutir es admitir por anticipado que tu contrincante puede tener la razón

El pasado jueves se calculaba que el número de indecisos se elevaba por encima del 30%. Por desgracia, tampoco fue muy diferente el coloquio entre candidatas. Más ligado al modelo de debate anglosajón; más reñido, más vivo. También aquí la voz disonante consiguió refugiarse en un monólogo sin contraponer ideas. A falta de réplica, dedo índice acusador o censura cívica sucedió lo que en la canción infantil: «si tú tienes la razón y no hay oposición, no te quedes con las ganas de gritar»

Hablar en público requiere de tensión y mesura, cierto. Una cualidad dual que se genera a base de confianza, conocimiento del contexto y sólidos argumentos. Sin estos últimos, todo lo demás carece de sentido. Cuestión aparte es su disposición, ritmo y contraste. De ahí que los debates resulten interesantes, pues la comparación resulta inevitable y permite contraponer ideas y soluciones. Al menos en teoría pues, en ausencia de oposición argumental, la caja de resonancia amplifica el mensaje verosímil menos contestado. Como señalan investigadores de la Universidad de Oviedo, los partidos populistas utilizan un “lenguaje nativista y culturalista” que permite conectar con los temores. Frente al miedo irracional, el elector se topa con un diagnóstico plausible pero no necesariamente cierto. La falta de contraargumentos hace el resto y la indefinición en el espectro político explica las debacles partidistas y colectivas. Lo advertía en el XIX el moralista Joseph Joubert: «el objeto de toda discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso«.

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