«Daremos de qué hablar. Ándate con pies de plomo y ojo al parche»
Cada fin de semana la misma perorata. La terna de advertencias paternas constituía el habitual prólogo a toda noche de fiesta. El respeto a la familia, entendida como clan, conllevaba por entonces una obligación ética y moral. Se esperaba de sus miembros la salvaguarda de la imagen pública del grupo. Usos de un mundo analógico que pocos recuerdan y ninguno conserva. La modernidad invita a lo contrario. Las dinámicas sociales fuerzan a que todo ciudadano etiquete sus acciones y planteamientos. Desde los hastags hasta las peticiones colectivas online. Una apelación directa, sin ambages. Todo un duelo al sol: conmigo o contra mí, forastero; pero déjamelo claro para saber con quién me juego los cuartos. Ponerse de perfil no es una opción. Y de perfiles va el asunto.
Hace escasas semanas me percaté de que una entidad donde cursé estudios decidió customizar su logotipo para adherirse a una campaña de sensibilización por la diversidad sexual. Nada tengo que objetar a esto último, sí en cambio a lo primero. La estrategia de comunicación incluía la modificación temporal de su logotipo en redes sociales. Una práctica habitual y efectiva que permite atribuir valores a las marcas. Sin embargo, esta acción sobre la identidad visual afectó también a LinkedIn. De esta manera, el perfil de cada usuario portaba la insignia customizada para la ocasión. Y es ahí donde el planteamiento de la campaña de sensibilización despertó en mí ciertas dudas.
¿Hasta qué punto los valores de una entidad deben condicionar la carta de presentación profesional? LinkedIn es una aproximación al itinerario académico y laboral de quienes cohabitan en esta red. Pongamos por caso que una universidad se suma a un movimiento contrario a la opinión de quien allí cursó sus estudios. O del posible captador de talentos que revisa perfiles profesionales. ¿Hasta qué punto sus contactos comparten los valores de la institución académica? ¿Se debe inferir que todos sus clientes son partidarios de prestar su perfil profesional para propagar un valor social?
Honestamente considero que las empresas son libres de adherirse a acciones como muestra de su responsabilidad social con el territorio y la época en que vivimos. Sus redes sociales deben ser fiel reflejo de una imagen corporativa vinculada al compromiso colectivo. Una invitación pública en la toma en consideración de nuestros derechos cívicos y la digna pelea en la conquista de otros nuevos. Así encontramos desde hace un lustro campañas que, mediante la adición de insignias a los perfiles personales, adquieren el carácter de invitación a significarse. Un pin, una chapa en la solapa. Con los debidos matices, sea dicho de paso. Toda imagen corporativa se rige bajo su propio libro de estilo e identidad visual. Suyos son el criterio y las redes sociales donde aplicar éste; no así las de sus contactos. De lo contrario, la amable invitación se torna en invasión del espacio personal y, por justa que sea la causa, el fin no justifica los medios. Lo dicho: ojo al parche.
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