Ni polvo ni barro. Tampoco costillas prestadas. Ni siquiera polvo de estrellas.
En origen, todo se redujo a poliéster, resina, fibra de vidrio, silicona y pelo. Así de simple; y de complejo. Hicieron falta 51 días y una entrada gratuita para entender la simpleza de esta etapa vital. Surgiendo del subsuelo del Bellas Artes de Bilbao, una metáfora en carne mortal. Reflejo en el espejismo.
Un hombre ensimismado y preso de la sorpresa salía al encuentro de los transeúntes del atrio. Inhumado en vida, sus manos se asían ahora a la fría superficie del mismo mármol que afianzaba nuestros pasos. Prematura sepultura para un hombre que a todas luces -y sombras- deseaba compartir aún su vida con los allí congregados. Se erguía sobre las losas en un intento por postergar el prétreo pasado. Mentalmente conjugaba obsesivamente los verbos obviar, olvidar, ignorar…

Sí, probablemente la suya habría sido también una existencia vulgar, común y, por tanto, carente de interés. No muy distinta de quienes le observábamos. Su mirada, en cambio, era despierta. Evidenciaba el fin del trance, el término de una pesadilla. Me imaginé a través del nervio óptico accediendo a la mente de aquella escultura hiperrealista. Su cabeza estaba repleta de reflexiones inútiles, ajenas a los matices de los grandes analistas. Aquella azotea rebosaba un particular sentido común, originalidad de saldo e ideas tan estrambóticas como de escasa rentabilidad.
Era agosto. El sol lucía en el exterior. El mercurio, en realidad ausente de los termómetros hacía ya décadas, alcanzaba los 37 grados. Por extraño que parezca, a esas alturas del calendario, su cuerpo tampoco estaba bronceado. Probablemente por aborrecer la playa o, sin ser tan mal pensado, por no arrimarse al sol que más calienta. Quizá, en su anterior vida, hubiese tenido presente al desdichado Ícaro. Se tatuó la tragedia de aquel auténtico hijo de Dédalo en lugar de encomendarse a Hermes o al ya citado Mercurio, patronos ambos del santo oficio y con plaza fija en el Olimpo.
Decididamente era un tipo clásico: de letras y de palabra. Alejado del interés político y gatopardismo partidista. Víctima de los habituales síntomas del escepticismo: harto de mentiras, patrañas burocráticas, ética en funciones y lecciones de dignidad en terceros. Seguramente, idealista en exceso. En resumen, un fracasado de libro; o de blog, según el devenir de los tiempos.
Gracias a la inspiración del autor, el macedonio Zharko Basheski, este blog será también uno más. De hecho, siempre me creí tal para justificar mi silencio en la red. Nada en todos estos años de profesión me había impulsado a escribir. Pura ornitología: «Lo mío -me convencía- era píar en la radio, no tirar de pluma» Me resultaba pretencioso pensar en alguien releyendo ideas inconexas y reinterpretando el sinsentido para dotarlo de tal. En suma, el «mítico» postureo del oficio propio de los no menos legendarios periodistas de raza o de los enterados de turno con supuesto pedigrí. En realidad, todos dicen saber; pero nadie dice nada que no quieren que sepamos.
Me apasiona comunicar, transmitir información de forma cercana, sensaciones sonoras, ideas y sentimientos a través del micro. Nunca he tenido mayor aspiración. Con ese mismo espíritu, aspiro a abrir un hueco mecanografiado entre las frías losas dispuestas sobre estos restos. Opinión, relatos e ideas; pero también sonidos e imágenes. Y, ya puestos, me comprometo a no sacar más a la pista a este patético contorsionista lingüístico que amenaza con la espantada general desde el primer post.
A lo que iba. Verán, el caso es que aquel tipo no parecía en absoluto valiente. Tampoco timorato. Era un tío normal, tirando a raro, a sueco. Vamos, ni del todo bueno ni del todo listo. Al fin y al cabo, el listo lo es hasta que el tonto quiere. Decididamente era «Un hombre corriente» El título le venía al pelo; y a la silicona, a la fibra de vidrio, a la resina y al poliéster.

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