Si no nos vemos…

…que pases buena noche.


Lo que son las cosas. Hace unos días abrí la caja de los truenos. En realidad, una más entre tantas otras que se amontonan en trasteros, que los más cool se empeñan en llamar desván. En esa caja, di con una sintonía que me acompaña desde hace 20 años por estas fechas y cuyos primeros compases desempolvaré hoy para el especial radiofónico de Nochebuena. De esa caja repleta de nostalgia, estrujado bajo la solapa de cartón, brotó también un abeto tan plastificado y aséptico como estas Navidades. Enraizada en su base, la fina capa de musgo artificial llamada a repoblar el árido Belén. Desierto aún, tanto como lo estará este año mi mesa.


Los lamentos por esta nueva austeridad familiar evocan otras navidades, con sobremesa y tertulias sobre épocas distantes. Memoria oral, esencia para alguien que vive de y por su palabra. Y entre villancicos marciales, en mi memoria resuenan hoy las voces de quienes me advertían de niño: aquellos abuelos que cada nochebuena se atrincheraban en tal o cual batalla. Entre reproches, claro.

Recordaban bien Teruel y aquel mes de diciembre. Hartos de comida enlatada, la tropa olía las cazuelas destinadas a alimentar por Nochebuena a quienes no sabían aquel día si la guerra conocería alguna vez fin o si éste sería, por contra, el propio. Llegó la orden y, entonces también, la Navidad se fue a la mierda. El frente debía avanzar. Me contaban mis mayores que se ordenó volcar toda la hilera de pucheros humeantes. A cambio, 30 grados bajo cero y lo incierto.

De aquellas improvisadas y prematuras lecciones de historia aprendí a valorar el momento. Estas de 2020 serán unas navidades diferentes, pero no tan terribles como las que ellos y ellas -presentes siempre en mi memoria y en mi mesa- vivieron hace más de 8 décadas.

Nadie nos devolverá estas Navidades, cierto. Unas fiestas diferentes, apagadas, en blanco y negro. Fechas siempre apropiadas para rebujarse en una manta frente al televisor. Entre flecos, bolas de lana y calor auxiliar. Entonces, cuando los niños culpables de tantos desvelos como alegrías sueñen con los angelitos, otros nos encomendamos a Clarence, un ángel de segunda clase:

Frente al Netflix del confinamiento, la Navidad nos invita a rescatar clásicos y recordar Qué Bello es vivir… Pura transgresión rodada en 1945. Porque el blanco y negro, con su infinidad de grises, siempre nos depara metáforas pasadas sobre días venideros. Si se atreven, les invito a corromper sus almas con esta historia de éxitos y fracasos, de familia y desolación, del todo y la nada. De la actual crisis y del crack de hace casi un siglo. El trasfondo navideño de la cinta no logra ocultar su mensaje universal: el amor como cura contra nuestros propios demonios. De esto va la navidad y la vida. Una ilusión para miles de ilusos, una excusa para excusarnos y un tiempo donde la imaginación nubla la imagen de la nebulosa realidad. 

Y falta hace. Lo más probable es que no lleguen jamás a darle al play, lo sé. Pero si se atreven, si rompen este ciclo, disfrutarán de unas navidades más intimas; especialmente si han empatado algunos partidos en lo que llevan jugado de vida, seguro que no les deja indiferentes. Porque a veces, del cielo, también caen gotas de esperanza.

Este año más que nunca; si no nos vemos, que pases buena noche.

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