Comunicación primaria

Leo, y compruebo, que tampoco los más pequeños se han librado estos meses de la ansiedad, frustración o estrés derivados de la pandemia. Según recogen diferentes publicaciones universitarias, las niñas y niños entre 2 y 14 años muestran «cómo esta nueva realidad les afecta en los planos físico, emocional, social y académico» Este problema se agrava dependiendo de la etapa educativa infantil y el grado de madurez individual. La falta de recursos expresivos propios o espacios de comunicación fluida les impiden soltar lastre y trasladar con naturalidad esas emociones autolimitantes para su desarrollo personal.

Lo saben bien en esa otra primera línea de fuego, en las aulas. Maestros, profesores, pedagogos, psicólogos, logopedas… constituyen, en realidad, el servicio de atención primaria de la comunicación. Ellas y ellos se ocupan de levantar los cimientos de toda persona al estimular, entre otras, sus capacidades de expresión, comprensión, consciencia o reflexión. Auténticas estrellas del proceso comunicativo y protagonistas de una labor que no se refleja excesivamente en los medios; aunque lo suyo sea garantizar el fin último de la comunicación social.

No hay nada como someternos a la curiosa mirada de un niño. Situarse a metro y poco del suelo con el único propósito de recuperar la perspectiva original. De rodillas o cuclillas; da lo mismo. Lo esencial es agacharse hasta nivelar inquietudes, sentirse más pequeño de lo que uno jamás fue consciente, ponerse a su altura y dar la talla ante sus preguntas. No resulta nada sencillo; pues el calibre de esos dilemas no dependerá de la estatura o edad sino de la naturaleza del problema y su capacidad de asimilación. Y es ahí, entre pensamientos y palabras, ingredientes esenciales de la comunicación, cuando esta última cobra el sentido que le atribuyó Girard:

«Con las palabras aprendemos los pensamientos y con los pensamientos aprendemos la vida». 

Jean Baptiste Girard

Hace unos días me sorprendió la profundidad de una película que, desde la hipérbole de sus personajes, nos sitúa frente a la soledad de un pequeño genio, T.S. Spivet. Un drama de dimensiones épicas e idénticas al extraordinario viaje que emprende por Estados Unidos. En realidad, la película muestra parte de la tramoya del monomito de Joseph Campbell mientras nuestra mente cree vagar por la geografía del país de Oz. Frente a una pérdida irreparable, la huida hacia adelante del protagonista. Que no cunda el pánico. No destriparé el argumento, pero sí su perspectiva. Estamos ante la clásica mirada infantil, a unos 140 centímetros del suelo, pero emocionalmente a miles de kilómetros de su familia.

Las preocupaciones infantiles surgen en el momento más inesperado (aunque éste sea siempre oportuno) La niña o el niño abrirán la boca y sentirán, como sucede en la película, el vértigo propio de quien se dirige a un auditorio multitudinario. Titubearán hasta hallar en su interior palabras que expresen sentimientos aún más profundos. Será entonces cuando se requieran los servicios del gabinete de comunicación más elemental de toda sociedad: la familia, su entorno más próximo. Lamentablemente no se describen fórmulas magistrales, aunque sí existan recursos y bibliografía al respecto. Convendrá recordar entonces que la cara es la zona de conexión y la mirada a los ojos constituye una señal de respeto, autoconfianza y transparencia. Lamentablemente no habrá tiempo de convocar una mesa de crisis, ni de sopesar la estrategia más oportuna… Serán apenas unas décimas de segundo. Escaso margen para gestionar con cautela una respuesta. Los expertos recomiendan aplazar el momento pero jamás desoír la pregunta ni obviar la respuesta. Entonces, se deberá decodificar la información, mostrarla mediante sus referentes, sin mentiras, ni paños calientes… Toda acción -reacción o inacción- será escrutada al milímetro y su visión del asunto dependerá del acierto adulto. Al fin y al cabo, sólo la honestidad en nuestra respuesta aliviará el trance de quien debe madurar a marchas forzadas.

 «No les evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas»

Louis Pasteur

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