La princesa Clara

– «No te gustan las princesas, ¿verdad?»

La cuestión surcaba el aire al igual que el libro que me disponía a ubicar en la estantería. A medio metro y 31 años de distancia vital, mi hija me interroga con la mirada. Atrás queda una jornada dura en exceso. No tuve ganas de poner paños calientes al dilema literario, tampoco para robarle parte de esa infancia. Así que me metí yo en el charco lo que fue para ella un chasco:

– «No, las princesas de estos cuentos no parecen muy espabiladas»

Es cierto. La literatura infantil no retrata bien a sus princesas, madres de adopción y reinas. Recuerden, relean, recapitulen evitando esa pátina de nostalgia incrustada en la tapa dura de los Miniclásicos. La primera, en la frente: Rapunzel hace gala de una total falta de higiene capilar -no quiero pensar en sus puntas- deslizando su descuidada melena desde lo alto de un torreón. La segunda, en la boca: contraviniendo la más básica observancia, Blancanieves optó por tomar la manzana de una desconocida. La tercera, en los pechos: como Cenicienta, que después de hacerle la cobra al príncipe so pretexto de un hechizo, no le quedó otra que casarse por respeto a la Corona. (¡ Maldito sea el zapato que delató a la sufrida interina doméstica!)

Todas ellas son generación tras generación, clones de un modelo aristocrático, elitista y patriarcal. El matrimonio como fin; su destino en manos de otro. Sufridas mujeres convertidas en molde de arquetipos estables para las sociedades venideras. No es país este para cuentos añejos. El mundo ha cambiado. Y presumiblemente continuará mutando de manera exponencial durante las próximas décadas. ¿Por qué preservar entonces cada noche, cuento tras cuento, un modelo alejado de la mujer de hoy y sus aspiraciones? No oculto que también conozco a madres emperradas en ungir princesa a su hijita. Desde luego que son ellas más mujeres del hoy que este ‘clásico progre‘ -deliciosa antítesis contemporánea- al que sobra tiempo y faltan ovarios. Sin duda sabrán ellas mejor lo que buscan para el mañana de sus criaturas. Cierto, señoras; mas vadear la cruda realidad no logra erradicar sus males.

-«¿Entonces qué princesas te gustan?»- añade mi primogénita.

Debo cuidar la respuesta. Podría dar un circunloquio, pero opto por un nombre:

-«Clara… -pronuncio- La princesa Clara Campoamor. Una chica que, en vez de casarse con un príncipe, decidió rebelarse y así que toda mujer pueda elegir, por sí misma, el final de este cuento que es la vida»

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