Todo (no) está en los libros

En ocasiones me sorprendo tarareando la legendaria sintonía. Melodía mínima para un no menos mí(s)tico programa secundario, dado el canal de emisión que frecuentaba. El caso que hoy nos ocupa ha tenido lugar en plena celebración del a del libro.  Pues bien, rumiando cómo engrosar las estanterías digitales de esta biblioteca binaria, concluí al igual que Sánchez Dragó que todo estaba en los libros y que a ellos debía recurrir para honrar tal día.

Sin embargo, frente al dogma de los literatos que preservan el valor de las letras mediante la naftalina romanticista; el método empírico requiere de observación, experimentación y análisis de resultados para certificar el rigor de toda gran idea o la estulticia de tanto excelso idiota. El objetivo pasaba por comprobar la mediocridad -no peyorativa- del lector tipo. Decidí lanzar la moneda al aire. Cara o cruz, que a la postre debería proporcionar un pretexto razonable para este artículo. Una muestra no necesariamente significativa o extrapolable. Reflejo sobre el disfrute de la literatura, motivación egoísta para afianzar mi propia afición. Fue así como hallé, por casualidad, la irrealidad paralelepípeda en la biblioteca de aquel pueblo.

Llegué el primero y me senté en una mesa sobre la que había dispuestos tres diarios de tirada local. Inclinados sobre su lectura, una terna de jubilados recorrían las páginas ávidos de información (mientras centenares de volúmenes agonizaban apilados en la entreplanta superior de esta ) Uno de ellos levantó la vista y se quejó amargamente del resultado del último partido de fútbol. (Su tono fue comedido) Otro compañero de mesa asentía mientras apuntaba (vociferando) la nefasta política de fichajes del club. (Nada añadió de la lectura que le proporcionaban las necrológicas de su diario) De pronto el tercero, que explicó su genealogía de una tacada, alabaría las virtudes de leer en la biblioteca frente al Hogar del Jubilado y la diaria programación coronario de «Sálvame». (Entre aquellas voces, busqué mi propio asilo en el sagrado sigilo literario buscando con la mirada a la responsable…)  Todos se dieron la razón y convinieron que era preferible ilustrarse allí que agonizar dormidos entre el cotilleo catódico.  (…pero no lo hallé; pues la susodicha, envalentonada por su condición de trabajadora pública, había huido ya de aquel garito con libros para saciar sus necesidades cafeínicas matinales)   A partir de ese momento, José Antonio Francisco Javier -su madre y su abuela, explicó, no comulgaban con el nombre antes del bautizo- recordó a sus compañeros de fatigas pasadas y futuro incierto una maravillosa excursión que realizara con su esposa no ha mucho tiempo.  (Me lo había buscado. Tosí con fuerza, pero los senadores no se dieron por aludidos) Un Twingo con elevalunas, brisa a deshora para una permanente que nunca lo sería, una bronca habitual. (Miré a derecha, izquierda…) El sol del viaje, el románico palentino, Saldaña y el Canal de Castilla. (Descubrí la puerta al fondo) O Punta Umbría y la filantropía del IMSERSO. (Empecé a desconectar mi portátil) Una insinuación sobre las necesidades prostáticas y… («Cerrando sesión. No apague ni desconecte su equipo») … luego dicen que la experiencia es un grado.

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