Con sangre entra

Afirman que, antes de desvanecerse, toda imagen se mantiene en nuestra retina una décima de segundo más. Pero ésta en cambio sigue ahí, contraria a desaparecer. Tal vez se resista -dichoso verbo- por una anomalía de la persistencia retiniana. A fin de cuentas, esta última es responsable directa de que nuestro cerebro combine imágenes estáticas en una sucesión visual, móvil y continua. Secuencias que, en todo caso, después del 1-O cobran otro sinsentido a ojos vistas. No pienso apartar los míos. Pues también ella interpela con su mirada.

Busca respuestas. A escasos dos palmos del suelo, pero desde la superioridad moral que concede su aplomo. A esa edad, llamada al orden y alzada por agentes del tal. Paciente y pacífica; sigilosa y elocuente. Víctima de la falta de diálogo y el exceso de orgullo institucionales. Para dichas élites, simples peones interpuestos; cuando no rasguños colaterales. Más de lo mismo: acontecimientos históricos y hechos puntuales, reivindicaciones y advertencias,  golpes de estado y estados policiales, discursos ambiguos o mentiras oficiales. Sacrificios colectivos donde justos y pecadores se confunden hasta que ninguno es ya capaz de tender su mano salvo para llegar a éstas.

No pierdo el hilo, ni de vista esa mirada añosa. Intuyo que su serenidad es fruto de la experiencia; de tiempos pasados, tal vez más grises, o corriendo delante de ellos. Y me pregunto qué lección le queda por aprender. Pocas, sin duda. A buen seguro conoce desde hace mucho que quien hizo la ley hace la trampa. Que también los hay que se hacen trampas al solitario. Y quienes se quedan solos por su obstinación. Que dos no se pegan si uno no quiere. O que las palabras se las lleva el viento y que no hay árbol que éste no haya sacudido. Que la historia es cíclica y que, como cantara Gardel, 20 años no es nada. En realidad, el doble tampoco resultó mucho más; como prueban los calendarios tachados del 78 a esta -ninguna- parte.

Refranes, paparruchas, dichos y redichos que no por viejos conocidos poseen menos razón. Sentido común del que otros tanto pregonan como adolecen. Todo eso rumio mientras contemplo su mirada. Es entonces cuando me sorprendo escribiendo sobre alguien a quien ni siquiera conozco. Dudando una vez más, releo, examino la foto y hago lo propio en conciencia. «Esto no iba de política -me digo- sino de personas» De sensaciones e ideales; de porfiar al aforismo: Que esa democracia, que cualquier ley o que tal letra con sangre no entran.

 

 

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