Olentzero eventual

Diciembre. Abrí la caja de los truenos. Estrujado por su solapa, brotó un pino y su puntiaguda copa rodeada de espumillón. Enraizada en su base, la fina capa de musgo artificial llamada a repoblar el árido Belén. Desierto aún, su Portal sin puertas sostenía sobre aquel vano una fugaz estrella de brillantina, considerada por muchos el primer rótulo luminoso de la historia. En la tramoya, contemplé al escayolado reparto que permanecía inerte forrado en plata y estraza. Actores, tan divinos como mitificados, que tendrían de telonero para la ocasión a la guest star del momento: el caganer. Por cierto, que ahora que caigo, me pregunto por la afección del 155. Es sabido que hablando de pinos, y en tal postura, la rima tampoco ayuda. Sea como fuere, bella metáfora para recordarnos que la vida aprieta -literalmente- pero no ahoga. Con excepciones.

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Huérfanos de Calvo y abducido el Gordo, Olentzero siente ahora la presión sobre su rollizo cuello. Como sucediera al viejo Scrooge, miedos y fantasmas se apoderan de su gaznate a fin de mes. Aunque este último lo sea también del año y todos acostumbren a dorarle la píldora. Pues bien, me cuentan que hace unos días recibió la primera carta de Adviento. ¡Y certificada! Garabateó el papel amarillo, posó la pluma y abrió el sobre. Bajo el remite, no encontró vanos deseos sino hechos probados: su propia vida laboral, actualizada. Más de 2000 años de abnegado patrón y sacrificado emprendedor; metiendo horas como un pagano, abonado al turno de noche; y todo para esa mísera cotización. «Autónomos es lo que tiene» – se consoló el viejo carbonero. Así que, ni largo ni laborioso, siguió la estela de otros 128.292 vascos Desempleados que, como él, tienden por estas fechas sus CVs a los pajes de Lanbide. Fue allí donde vio la oferta.

«Se busca Olentzero para centro comercial«. Al viejo carbonero aquel anuncio le sonaba tan bien como los villancicos lo hacían por megafonía. ‘Pero’, como en toda fábula que se precie, también aquí había uno. Todo especialista en Recursos Humanos coincidirá conmigo en que el perfil del auténtico Olentzero no se ajusta al ídem. Veamos. Al trazar su DAFO personal, nos sorprendería un currículum tan clásico como simplón. No dispone de los preceptivos certificados de profesionalidad ni tampoco ha cursado formación en Riesgos Laborales. En nada ayuda su propia marca personal. A saber, las coplas que ensalzan su labor lo ponen de vuelta y media: «cabezón sin inteligencia» (buruhandia, entendimendu gabea) o «puerco barrigudo» (urde tripaundia) Con semejantes injurias, ¿ podría ejercer su derecho al olvido en la web? Y, sin salir de ésta, Olentzero tampoco parece activo en Redes Sociales. A lo sumo, algún txio por Navidad pero no dispone de Instagram para difundir sus selfies con niños. Vamos, que ni genera posicionamiento SEO ni logra éxito en su funnel de ventas. Está visto que, más que un embudo, lo suyo son el kaiku y el colador. A su favor, euskaldun peto-petoa da: conoce todos sus euskalkis. Ahora bien, que ni se moleste en opositar; pues, este cándido personaje de espíritu libre, nunca conseguiría plaza. En resumen, su salida laboral pasa por el saco de arpillera para regalos y la Bolsa de Trabajo para ir tirando.

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Y así cavilando sobre la nada y el todo, me sorprendí acomodando a las figuritas. Camellos, reyes,  lavanderas, publicanos y pecadores. «La ficción -deduje- siempre ayuda a divagar sin perder la cordura» Decidí escribir este sinsentido navideño. A Olentzero me gustaría regalarle un mundo laboral en el que esfuerzo y talento se valoren; donde la discriminación positiva deje de ser tal; un lugar libre de la plaga del nepotismo; donde la experiencia sume y no reste; una Babel ideal para que los idiomas no distingan sino que comuniquen, esto es, ‘poner en común’; donde el postureo vacuo se repruebe socialmente; o donde la integración de una trabajadora en paro sea un compromiso honesto y no un mero certificado de discapacidad para arañar la subvención pública. En definitiva, un mundo tan irreal como alejado de lo que éste nunca fue. Ilusiones de ilusos, sí. Las de 128.923 vascos para ser exactos. A todos ellos -y en especial a ese Olentzero a tiempo parcial y por diez días- van dirigidos mis mejores deseos.

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