Cardioapatía general

Cómo nos gusta molar. Poseer lo que otros desean. Sucumbir al atractivo de dejarse querer. Y aunque expertos en biología contradigan la visión platónica del amor, nos atiborramos de clichés. Negamos la evidencia egoísta en favor de la ficción. Rosas, bombones y cenita; que hay que trabajárselo. Hollywood causó estragos y de aquellos polvos, estos otros: se buscan besos de contorsionista, amor eterno y final feliz, pero no sean malpensados.

Hablando de estos últimos, José Antonio Pérez lo advirtió en «Esto no es una historia de amor» Les recomiendo que pongan en cuarentena tal título y sobre su mesilla el libro bajo tal. Leerán de las andanzas y desventuras amorosas de un escéptico treintañero. En un pis pas, les cuento que va de un pavo que se toma la vida en serio y el amor a broma. En cambio, si le dan al autor lo de 416 páginas, les narra que Dani se torna un amante cínico y soplagaitas -prefiero evitar las palabras compuestas de cintura para abajo- hasta un final que no espoilearé. Neologismos aparte, que lo disfruten.

En este punto (.) confirmo mi corazonada: escribir sobre el amor me resulta más duro que cualquier crónica política. Pura desfribilación periodística aun a riesgo de que este tratamiento cardiosaludable resulte ñoño hasta el moño. Y así me hallo, divagando sobre el amor… Una estupidez para machos apáticos y hembras alfa, o viceversa. Aunque bien auscultado, este sentimiento palpita desde el instante en que atisbamos la primera luz. Necesitado de apellido, el amor puede ser inocente, furtivo, pasional, casto, infantil, sexual, fraterno, místico, adolescente, no correspondido, compañero, idealizado, maternal (y paternal) o incluso propio. Lo impropio sería, pues, no sentir nada por nadie. Psicopatía lo llaman, y en ella la seducción resulta también vital. Qué causalidad. Resulta que el amor va de serie.

Así que menos corazas y más corazón. En sus rezos a San Valentín, pídanle hoy amor.  Y, a poder ser, de verdad. De buena gente con mejores sentimientos. Que sepa dar abrazos y besos a deshora. Que te saque una sonrisa o te meta en una discusión. Que no pare en casa  o se recluya bajo una manta. Que sea atractivo o que carezca de él. Que jure lealtad o que prometa honestidad.  Porque el amor no cabe en los 136 maravillosos minutos de la pastelona Love Actually, pero tampoco se puede limitar a un día patrocinado por el santo de turno.  Disfrutemos en vida de quienes nos quieren. El amor de verdad -sea cual sea éste y aquella- perdurará hasta el último pálpito. Hasta el espasmo final de un músculo condenado a marcar el compás de nuestra vida. Hasta ese último suspiro donde el anhelo se convierte en espíritu y el amor en recuerdo.

 

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