Aquel 23F me pilló de azafato. Sí, aquí donde me ven Charter Airlines me confió sus servicios de locución. En realidad era junio de 2010 y yo un simple turista. Entré en el avión de escarapela turca y me senté al grito de «¡23F, 23F!». Que fíjate que no habrá combinaciones posibles… Pues resulta que aquel anciano se mantenía firme, cual Gutiérrez Mellado, blandiendo intimidatoriamente su tarjeta de embarque. Al parecer le habían asignado una plaza lejos «de su parienta», precisó. Y, casualidad, se correspondía con la fila ’23’ y el asiento ‘F‘. A su alrededor 40 pensionistas compartían la indignación de su par quien, sin atender a razones, se defendía a dentelladas como sabueso acorralado. Desde aquel instante supe que aquel vuelo traería viento de cola.
Aterrizamos en Nevşehir. La árida Capadocia nos recibió con una docena de patrullas policiales en pista. Ante el desconcierto general, apresuradas caderas de azafata esquivaban hombros y cabezas a lo largo y poco ancho de aquel pasillo. La sobrecargo asió el micrófono con premura y se dispuso a explicar que debíamos esperar hasta rellenar el formulario de Migración. Sus explicaciones en nada tranquilizaron al pasaje. «¡En español, cojones; que lo digan en español!» La masa coral estuvo en un tris de alcanzar el Do de pecho cuando aquella azafata me agarró del brazo. “Do you speak English?” “Just a little” “Translate it, please!” Y fue así, con 10 palabras distribuidas en dos oraciones y una súplica, como superé el proceso selectivo. Agarré el micro a lo Sinatra y empecé a leer:
«Señoras y señores pasajeros. Por encargo de la tripulación, les informo de que debemos rellenar el formulario que les voy a traducir. A ver, donde pone ‘naame* ponemos nuestro nombre; donde pone ‘pone* nunberrr* nuestro teléfono… »
[ * = transcripción fonética]
Minutos después los golpistas bajaron del avión satisfechos tras escuchar aquellas oportunas aclaraciones en la lengua patria. «No hay derecho», convenían los caballeros andantes. Mientras sus señoras empezaron a piropearme: que Dios te lo pague; qué bien se te entendía por los altavoces; vales para ello… Y así hasta convertirme en el último pasajero en abandonar la terminal. Aquel 23F interioricé dos máximas. Una: todo turista renuncia expresamente a sus derechos lingüísticos para reencarnarse en apologeta de la ignorancia. Dos: los derechos sociales se conquistan por asalto -no de los cielos– sino a pie de pista. Y en esto último aquellos jubiletas, como sus camaradas esta misma semana, sorprenden por su añoso ímpetu y sabias lecciones.
Clases particulares de supervivencia ante la adversidad, de dignidad frente a míseros porcentajes y de incorreción política ante la mezquindad de quienes corrompen la misma. Lo advierten los sociólogos y la demografía: éste es un país para viejos. Todos lo seremos, sino morimos en el intento. A las nuevas camadas nos han instruido democráticamente para reprimir nuestras reivindicaciones. Especialmente cuando chocan con la globalización, el respeto institucional, la discriminación positiva o los salarios de saldo. En definitiva, capaces de cogérnosla con papel de fumar antes de alzar la voz.
No decimos ni pío. Alguno objetará que sí con un tuit maleducado y simplón. Otra mediante un meme reenviado a ese inoportuno grupo de whatsapp que nos asedia desde hace tiempo. E incluso no faltará quien recuerda su capacidad de denuncia compartida; en Facebook, of course. Pero hay más mundo. E incluso más real. Fuera de estas redes de arrastre pelágico 3.0, los mayores redundan en la mayor conciencia colectiva. Su discernimiento se encuentra deformado por la experiencia y libre de este Matrix que construimos en auzolan. Porque los -ya no tan- jóvenes obviamos que toda entelequia debe evolucionar hacia la justa y concreta reivindicación. Carta rota en mano, la de 9,5 millones de jubilados se ha oído alta y nítidamente. En tromba, inesperada, transversal, de Golpe.
En esta pacífica asonada jubilar no hubo ‘Tejeros‘. La III Región Militar de Valencia cedió protagonismo a Bilbao. Nadie tocado con tricornio mentó en vano el sexo ajeno. Ningún teniente coronel ordenó que se sentasen. Bien al contrario, fue un alzamiento. Un alzamiento general, Generalísimo, en contra de la desfachatez. Poniendo las cartas boca arriba, en evidencia a políticos de todo pelaje y los puntos sobre las íes en la palabra indivisibilidad. Prietas las filas para dar un golpe sobre la mesa electoral. Golpe a golpe, verso a verso. Están y se les espera. Que vivan estos golpistas, y por muchos años.
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