Mordaza revisable

Tenía varios pretextos para dar forma a éste. Todos ellos borradores que abarrotan mi trastienda de noticias, vivencias e ideas a vuelatecla. Hoy quedan descartados fruto de un instante. Ha sido de golpe, a mediodía y en la boca del estómago como consecuencia de una notificación al móvil. Ahora, abierto en canal, escribo reconociendo los sentimientos que anidan entre mis vísceras. Y es así, movido por la pena y el dolor ajenos, la tentación del odio y la náusea por la podredumbre moral, como recuerdo el final de Gabriel: una vida de 8 años que ya nunca sumará otro.

Al momento, me acordé de ‘El Chicle’ y de los 7 años que éste calcula que le caerán antes de volver a la calle. Después pensé en quienes no la pisan desde hace tiempo. De aquellos legisladores que, habituados a mirar a las personas al CIS y no a los ojos, ignoran o matizan sus emociones. No les resto humanidad ni tampoco discuto su sincero pesar ante tales crímenes, acaso sean meras víctimas de su propio oficio. Acostumbrados al argumentario del Partido, a ver al chorizo en el ojo ajeno y no al corrupto en el propio, estos intérpretes de la voluntad popular miden siempre, hoy también y más que nunca, sus palabras de ley.  Ustedes lo saben tan bien como ellos lo repiten: «nunca legislarás en caliente». El engolado mantra gutural resiste el paso del tiempo y la desafección colectiva.

También las columnas de opinión que frecuento se decantan por apuntalar valores comúnmente aceptados. Vamos, que son muy de mejilla y muy poco de talión. Pero hoy el chute no surte los efectos deseados. Tal vez sea una cuestión metabólica, malas experiencias o simples desengaños vitales. Me declaro cansado de escuchar las mismas monsergas y harto de mecanismos para evitar la disonancia cognitiva. Que la política penitenciaria persiga la reinserción nadie lo pone en duda. Que lo logre merece un análisis sosegado que hoy no me siento en condiciones de abordar. Que todos merezcamos otra oportunidad es cuestionable. Que una madre se vea condenada a padecer más que el asesino de su hijo es, además de una triste realidad, la mayor de las condenas y un insulto ético, moral, cívico o cuantos adjetivos le sean de aplicación.

La prisión permanente revisable no será la única ni siquiera la mejor opción. En pleno debate sobre su derogación, días negros como el de hoy nos interpelan directamente. Se sitúan cara a cara, nada de perfil, para lanzar a bocajarro una pregunta tan evidente como despiadada: ¿qué pensaría de esta ley si alguien tocara a los míos? La respuesta ha de ser sosegada y no por ello menos honesta. Sólo así, revisando nuestras propias mordazas, conseguiremos que la realidad se parezca al ideal de justicia que albergamos en jornadas como ésta de trasfondo luctuoso, malévolamente macabro y jodidamente cruel.

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