Muerte en mente

Lloré su pérdida durante noches, semanas, meses. Con motivo de su cabo de año, ante antiguas fotos marchitas; y siempre en soledad. El duelo y el recogimiento acostumbran a ir de la mano. Fue mi primer adiós. Temí cumplir más años de los pocos que aún sumaba. Recé, mucho y por todos. Porque entre darle vueltas al coco o tenerle miedo a su sosias no existe tanta diferencia. Hoy como entonces me quedo ahí, en esta puñetera cocorota llena de pájaros y traumas, ilusiones y neuras. En la materia gris, oscura incluso para expertos en la misma, donde sentencian que la vida late más allá de la muerte. Quietos ahí; que esto no va de tragedias sino de paradojas mentales.

Leo que el cerebro es nuestro último punto de conexión con la vida. Les hago el croquis. Un mal día nuestro corazón se parará, expiraremos el último aliento, saludaremos a la parca y tocará pedir vez para nuestra travesía por el Nilo Y luego va por barrios. A unos les aguarda una orgía en un apartamento repleto de huríes libidinosas y a otros un tal San Pedro con piso piloto, llave en mano. Así que, por resumir; primero nos diagnosticarán parada cardiorespiratoria hasta que, ya tibios, descubramos de qué va eso de la espolarización expansiva.

Según explican científicos alemanes, que emplean a fondo -y en vida- sus neuronas; la ciencia ha demostrado que en ausencia de signos vitales, circulación sanguínea, latidos o respiración; las neuronas siguen funcionando después de morir. Hay vida después de la muerte, clínica. «Se trata de un estado donde la energía electroquímica neuronal empieza a consumirse hasta desencadenar un proceso tóxico y muerte definitiva«, explican. Así que durante cinco agónicos minutos nos devanaremos los sesos por volver. Perseveraremos en el estúpido intento por mantener unidas estas míseras moléculas de grasa, proteínas, hidroxiapatita y agua. Lucharemos irracionalmente contra un imposible mientras escuchamos de fondo lamentos -o vítores- por nuestra pérdida, un socorrido  «ya descansa» o la llegada de esa maldita ambulancia que se demoró. Y como podían imaginar, todo fue, es y será imprevisiblemente predecible.

Me resulta perturbador que el mismo cerebro que agonizará entonces por mí, sea quien dicte ahora estas palabras a mis dedos. Que gracias a que algo funciona en el interior de mi cráneo sea consciente en este mismo instante de que mi muerte pasará por ahí. También es perversamente racional que el lector asimile en este preciso momento cuál será el final de su cerebro y el suyo propio, de usted. Enclaustrado en esta paradoja, me gustaría tener mayores certezas de las que prevé el método científico: ver, medir y replicar para creer en lo que por ahora me limito a negar. Vivimos en una eterna hipótesis.

Esto no va de cielos e infiernos, de resurrecciones ni condenas. Soy plenamente consciente de que mi cerebro, o la consciencia a la que éste da lugar, es cobarde para asumir su propio fin. Y seguramente todo obedezca a los condicionantes y diversidad del entorno social o antropológico. Vamos, que no puede ser lo mismo ir a religión y misa que a alternativa y al campo de tiro. Por esa razón, reclamo para mí la misma presunción de estupidez que gozaron mis antepasados. Porque ahora todos nos pasamos de listos y sabemos que la Tierra es redonda, y gira, y América no son las Indias, y la sangre fluye, y todas esas cosas que se dan en Primaria y le costaron la vida a miles de personas más sabias que todos nosotros juntos. Somos simples necios con pocos estudios. Cautivos de relatos de hadas y reproches de escépticos. ¿Y si todavía no pudiéramos observar todo cuanto nos rodea para refutar otro tipo de transformaciones?

Como al inicio de la física cuántica, vivimos el dogma científico sin entender bien nada. Así que no puedo afirmar lo que no está demostrado pero, por lógica, tampoco negar lo que mi cerebro es incapaz de asumir. Más aun cuando los propios científicos teorizan desde hace décadas acerca de un gato que podría estar vivo y muerto al mismo tiempo dentro de una caja. ¡ Por Todos Los Santos! Dejo ya de romperme los sesos, que tiempo habrá llegado el momento.

Lavoisier : «Nada se pierde, todo se transforma»

 

A %d blogueros les gusta esto:
search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close