Leo que la palabra ‘idiota’ proviene del griego. También que aquellos tipos preferían escribirlo con letra de médico. Un garabato tal que ιδιωτης. O algo por el estilo; fuera este dórico, jónico o corintio. Lo pronunciaban muy parecido, idiotes, y pronto se convertiría en un clásico. No es para menos. Imaginen el grueso reproche en boca de Sócrates, Platón, Aristóteles Onassis… Pensaban mucho, decían no saber nada, pero disfrutaban con el regusto a bilis que la palabra deja en boca. Tenían sus razones para ello y no eran personales, sino políticas. En puridad un idiota era quien no se ocupaba de los asuntos públicos sino tan sólo de sus intereses privados. ¿A cuántos conoce usted? No haga números. Hoy todos debemos reflexionar. Así que al lío.
Pruebe a recordar al capullo integral que marcó su vida, a ese chorralaire de manual, al mayor payaso que haya tenido la desgracia de conocer. ¿Lo tiene? Bueno pues, según el anterior marco teórico, si ese fulano mañana ejerce su derecho a voto nunca más sería considerado idiota. Como lo oye. Sé lo que anda rumiando: «Ja, a ver a quién vota el idiota ese…» Su cerebro se resiste a admitirlo, ¿verdad? Cuesta, lo reconozco. A buen seguro recuerda la última conversación que mantuvo con él, o ella. Que idiotas hay un porrón y la palabra les es de aplicación sin necesidad de modificar morfema de género alguno. Bueno, pues ella y él, reconocidos por sacar de quicio al más templado, tienen el mismo poder que usted. Y se puede poner como quiera, señora mía. Mañana su papeleta valdrá lo mismo que -parafraseando al ex- el voto de esa persona de la que usted me habla.
Resígnese. Da igual que sea ingeniero que peón, avezado analista que barman de barra, dicharachero reportero que sigiloso barrendero, partidario de la justicia social o defensor de valores patrios. La humildad electoral es una gran virtud, pues la democracia nos iguala en el derecho a elegir cada cierto tiempo. Recuérdelo si mañana se lleva las manos a la cabeza. Acaso por un repentino ataque de estupor tras los resultados electorales. Como escribiera Sánchez-Mellado, siempre estuvieron ahí; y eso no hay Tezanos que lo arregle. Entonces, acuérdese de los idiotas clásicos. Al menos aquellos lo fueron sin arriesgar la frágil convivencia de una sociedad que nunca se tomaron la molestia de comprender. Reflexione hoy, y procure conservar cierta agilidad mental. En menos de un mes se verá en idéntica tesitura. Entonces tocará renovar sus instituciones más cercanas; y la europea, sí.
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