Ahora todo son quejas. Ocho años de dragones, caminantes blancos, decapitaciones y bautizos para nada. Todos aspiraban al trono, mas ninguno entendió que era un juego. Los biznietos de Jack el Destripador -el más afamado spoiler– no aciertan a explicarse cómo el poder queda en manos del incapaz y el conspirador. La mayoría de telespectadores se siente defraudada. Y ese acceso de candidez me provoca una ternura no menos impostada. A lo largo de estos años he comprendido que poder e incompetencia son, además de antónimos, perfectamente compatibles. Basta con ciertas dotes de persuasión, un argumentario de saldo, capacidad de obrar en contra de su propia coherencia y el deleite por la conspiración. Sólo por esa sucesión de cualidades -que no son pocas y ninguna honesta- el final de Juego de Tronos me parece tan certero como sublime.
Nadie con un par de trienios se llevará las manos a la cabeza, pues lo habrá padecido en carne propia. Da igual convento que parlamento. En toda casa se cuecen habas y éstas siempre fueron contadas. El periodismo lo certifica: un relato con final feliz es una historia incompleta. Así, la crónica que hoy ensalce la abrumadora victoria política se convertirá mañana en el último párrafo, allí donde se recojan los antecedentes de la inexorable derrota. Salvo excepciones, por supuesto. De esa quema -de dragones- se librarán aquellos capaces de tejer alianzas donde el interés general se confunda con el propio. A partir de ahí, el resto es cíclico. Como la propia historia.
El periodismo está ahora emperrado en abusar de adjetivos grandilocuentes y titulares confusos. La autocensura llega al extremo de obviar la crítica de una serie por temor al malestar de quienes no la hayan visto. Y esto es muy trending, y tremending. Hasta el punto de que, en pleno matinal, los periodistas previenen a sus oyentes antes de informar sobre un partido de la NBA. Se excusan y escudan en que «hay gente que lo graba para verlo al día siguiente» Ya puestos, tal vez otros colegas sigan su ejemplo y hagan pasos en el ejercicio del periodismo. Esto es, respetar ese supuesto derecho al desconocimiento, a preservar la ignorancia voluntaria, por temor a defraudar al público. Y es entonces cuando se me ocurre una maldad: ¿ por qué no hacer lo propio con el resultado de la noche electoral? Al fin y al cabo, tan sólo es un juego… O tal vez no, ¿verdad?
Debe estar conectado para enviar un comentario.