Ni pío

Siempre quise visitar Estados Unidos, pero nunca fue una prioridad. Realmente tampoco llaman mi atención las ciudades que compiten por saturar el cielo de humo y su horizonte de hormigón. Urbes donde el skyline encofra su celestial silueta para perder perspectiva en favor de colosos. En llamas, también, debe de estar @realDonaldTrump; a quien ahora la justicia saca los colores -si eso fuera todavía dermatológicamente posible- como consecuencia de bloquear a sus críticos en Twitter.

A decir de un tribunal estadounidense, la primera enmienda de la constitución yanqui no permite que un presidente excluya a ciudadanos de sus redes sociales por expresar opiniones contrarias. Las mismas donde el siempre colérico comandante en jefe arremete contra supuestos enemigos a quienes luego estrecha compulsivamente la mano. Tomen nota, ilustres dignatarios. Hurra por la libertad de expresión pero cuidado, porque mientras los tontos miramos el dedo, nadie divisa la luna.

No hará un mes desde la última ocurrencia del gran mandamás mundial. Quienes soliciten un visado a Estados Unidos deberán informar sobre las redes sociales empleadas durante el último lustro. A partir de ahora el Departamento de Estado, o si prefieren la Policía del Pensamiento, evaluará exhaustivamente a sus visitantes para evitar ataques terroristas. La inocencia y su presunción no se considerarán equipaje de mano. Paradojas de una maltrecha libertad de expresión que esclaviza nuestros días. Será libre para expresarse y preso de sus propias redes sociales. Se hablará sin miedo desde la confianza de un hogar que pronto mutará en prisión, y de la que seremos nuestros propios carceleros.

Se vende calabozo llave en mano, sí. Hemos convertido antiguas ciudades de carácter abierto y liberal en aldeas online donde todo el mundo fisga por la mirilla de su ordenador. Tras ese visillo que esconde nuestras propias miserias. Un control social ejercido de manera global, sistemática e inconsciente. Es así como toda palabra pronunciada desde la discrepancia genera condena pública. Somos víctimas de nuestras propias convenciones. Mientras la ética y la coherencia languidecen por demérito del casposo honor, las engañosas apariencias nublan nuestro entendimiento. Moraleja: sáquense muchas fotos sexies en Instagram; pero en Twitter, ni pío. Que visitar USA bien merece la pena.

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