Informarse antes de (ver dorso)

«Última hora» es la clásica expresión que precede a toda noticia de alcance. La misma que suena hoy más viejuna que el fuego. Aunque tampoco minuto o segundo parecen servir de medida a la inmediatez. Todo se percibe tan desfasado como la desescalada del estado de alarma. Porque la novedad de una noticia siempre caduca, pero no hasta el extremo de contrariar constantemente el relato que en ella se recoge. Fue así como, a lo tonto, estrenamos una nueva Era: la de la Información con minuto de consumo preferente. Igualito-igualito que lo que sucede con los yogures desperdigados por la estantería de su nevera, señor mío. Así como lo leen. De hecho, esta modalidad nació por hartazgo. El día en que los propios artesanos de la noticia escrita empezaron a prevenir de la posible alteración de las propiedades organolépticas de su información. En plan, mal me huele… De hecho, la cosa llegó a tal extremo que un reputado diario se vio obligado a alertar sobre lo incierto de dos páginas repletas de noticias debidamente confirmadas. Publicitar el defecto de serie – algo inaudito en cualquier sector empresarial- y que se viera bien: en un suelto y a toda negrita. Pocas líneas evidenciaban las múltiples causas ajenas a la voluntad periodística. Porque las razones que forzaban a claudicar eran, en realidad, una crítica a la responsabilidad institucional con sus inopinados cambios de criterio. Esa generalizada confusión, con ciertas dosis de interés político, permite entender las razones que abocan al descrédito de todos los agentes implicados en la cadena de transmisión informativa.

Vivimos sumidos en una vorágine de actualidad, cierto. Se alude a la inmediatez para desdeñar el rigor informativo aunque, en realidad, se trate de una mera excusa. Ni la apresurada radio se escudó jamás en el directo para escamotear principios básicos como el rigor. Tampoco las servidumbres del periodismo digital y su modelo de negocio publicitario son culpables en exclusiva de los nuevos males. En realidad, todo responde a dos causas principales. De un lado, la imprevisible y precipitada cascada de datos en medio de una situación excepcional; por otro, a las fuentes institucionales y sus prácticas habituales en un contexto que no lo es. Desoyendo aquello de que las prisas fueron siempre malas consejeras, cientos de asesores políticos confunden inmediatez con precipitación, la necesaria transparencia con su temor a la verdad, la información novedosa con el tuit a deshora, o el protagonista real de toda noticia con su imperiosa necesidad de dar visibilidad a su empleador. Y es ahí, en esa amalgama de intereses encontrados, donde realidad y estrategia colisionan hasta el punto de cronificar rectificaciones y matices en la agenda informativa. En resumen, asistimos al descrédito del emisor quien, en esa frenética huida hacia adelante, arrasa con la función y credibilidad de los medios de comunicación.

Juzguen ustedes. Tan sólo deben hojear su periódico para comprobar el exponencial aumento de la obsolescencia programada que padecen los medios en papel. Apenas el interés de algún reportaje exclusivo libra del reciclaje al diario dominical, otrora sancta sanctorum de la información general. El tiempo pasa demasiado deprisa y las horas de ayer son hoy segundos. La competencia multimedia es ya tan veloz como voraz. Achaques propios tras años de desenfrenada carrera, de incierto rumbo e idéntico destino. La prensa escrita, junto a la radio, constituye la mejor opción para asomarse al mundo sin distracciones. El análisis, las claves, la letra pequeña, sus implicaciones o derivadas. Necesitamos tiempo, no prisas. Al menos a mí me gustaría llegar a viejo, mirar atrás y despedirme de este mundo con la satisfacción de saber más, desde luego; pero, sobre todo, mejor.

«La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor»

Gabriel García Márquez, «El mejor oficio del mundo» (1996)

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